En 1971, Richard Nixon pronunció un discurso de cuatro minutos en el que declaró a las drogas “el enemigo público número 1 de Estados Unidos” y prometió “una ofensiva nueva, sin cuartel (y) global”. Nacía la llamada guerra contra las drogas.
Medio siglo después, si Nixon se despertara con estas historias de extradición, fumigación, combate militar al narco y desmonte de carteles se daría cuenta de que no solo el monstruo todavía sigue ahí en todo el continente, desde Tocoa y Puerto Gaitán hasta Piedras Negras, Caicedonia y la cárceles de Sao Paulo, sino que además su política ha causado otros estragos para millones de latinoamericanos.
¿Por qué América Latina sigue anclada en una política con la que todos hemos perdido? ¿Por qué seguimos apostando a la militarización cuando ya somos la región más violenta del mundo? ¿Quiénes han sido el objetivo real de esta estrategia? ¿Cómo se construyeron recetas que todos repitieron, sin éxito? Un grupo de periodistas de once medios y seis países —México, El Salvador, Colombia, Perú, Brasil y Estados Unidos— se juntó para investigar la profunda huella que ha dejado el combate a las drogas. Estas son las paradojas de una política que cumple 50 años.
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Prohibir las drogas resulta malo para la salud y la familia
La guerra contra las drogas es una contra los pobres
Despenalizar, desfinanciar, descriminalizar