Cómo los jefes de los carteles están manipulando el sistema de justicia de Estados Unidos

La extradición de capos de la droga a Estados Unidos se ha considerado desde hace tiempo una pieza clave del arsenal anticartel de Washington. Detrás de las vistosas ruedas de prensa sobre capos como El Chapo, expertos dicen que se esconde una verdadera microindustria de abogados costosos y narcotraficantes oportunistas que buscan una salida.

Antonio Delgado (Miami Herald), Brian Fitzpatrick (OCCRP), Kevin G. Hall, Lilia Saúl Rodríguez (OCCRP), Jay Weaver (Miami Herald) y Verdad Abierta

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Donají Marcial, Dromómanos

Paradojas

La extradición: un buen negocio para narcos, costosa para nosotros

13 / Diciembre / 2021

Casi 13 años después y a más de 2.000 kilómetros de las violentas calles de Medellín, Carlos Mario Aguilar ha reconstruido su vida en el sur de Florida. El presunto jefe criminal colombiano, conocido con el alias de Rogelio, ha escapado de su sangriento pasado para disfrutar de la vida en un exclusivo condominio y de un trabajo en una empresa de logística.

Mientras que las familias de las víctimas de los carteles pocas veces obtienen justicia, Rogelio es un hombre libre gracias a lo que los capos colombianos solían temer: enfrentarse a la justicia estadounidense.

El narcotraficante colombiano Pablo Escobar acuñó la conocida frase “prefiero una tumba en Colombia que una cárcel en Estados Unidos". Pero entregarse a las autoridades y la extradición son mecanismos que se convirtieron en un pase expedito hacia la libertad para algunos capos sagaces con buenos abogados.

Después de 50 años de la declaración de la llamada Guerra contra las Drogas por el presidente Richard Nixon, el caso de Rogelio recuerda con crudeza cómo una estrategia clave en la política antidrogas de Estados Unidos se ha transformado en algo irreconocible respecto a su objetivo inicial.

Los primeros esfuerzos se enfocaron en interrumpir la distribución de drogas en Estados Unidos. Con el tiempo, la táctica evolucionó hacia la eliminación de los poderosos jefes de los carteles, intentando que rindieran cuentas en Estados Unidos, ya que rara vez eran castigados en sus países.

Sin embargo, los narcotraficantes han aprendido a manipular este proceso, conservando parte de su fortuna para sus familias y obteniendo sentencias más leves. Una parte del dinero confiscado compensa los costos de los esfuerzos antidroga de Estados Unidos, pero los países de origen a menudo ven pocos beneficios.

Una investigación realizada por OCCRP y sus socios. a partir de datos recopilados en Colombia y México, muestra que la extradición se ha convertido en un mecanismo que a menudo favorece a los criminales con buenos contactos. Mientras tanto, el negocio de las drogas sigue intacto y floreciente.

OCCRP recopiló una muestra de 37 casos de narcotraficantes mexicanos y colombianos de nivel medio y alto extraditados en el período 2005-2015. Los datos muestran cómo algunos de los grandes capos del mundo han sido tratados con compasión. De esos 37 casos, 23 pasaron o pasarán 10 años o menos bajo custodia de Estados Unidos. Sólo dos fueron condenados a cadena perpetua. Los periodos más cortos de detención oscilaron entre uno y tres años. Incluso un acusado de alto rango pasó sólo ocho meses tras las rejas antes de ser deportado a Colombia, donde pasó otro breve período en prisión.

El resultado final de esta indulgencia es que caer en manos de los estadounidenses -décadas después de que Escobar le declarara la guerra al Estado colombiano para evitar ese mismo destino– ya no es algo que muchos capos tratan de eludir a toda costa. En vez de esperar a ser acorralados, muchos ahora optan por moverse sigilosamente y cooperar con las autoridades estadounidenses entregando información sobre sus aliados y enemigos. Algunos incluso sortean por completo el proceso de extradición, entregándose en terceros países y llegando a sus propios acuerdos secretos con Estados Unidos.

"Captaron la fórmula, sobre todo los capos más grandes", dijo David Zapp, un abogado penalista de Nueva York que ha representado a narcos de alto nivel. "Se corrió la voz de que si cooperas y ayudas al Team America te irá muy bien".

Antiguos altos funcionarios de organismos de seguridad insisten que la práctica de dictar sentencias menos severas a quienes cooperan - algunos incluso sospechosos de cometer atrocidades en su país de origen - puede ayudar a desarticular grupos criminales.

"Es crucial, es crítico, no se podría hacer sin cooperación", dijo Michael Nadler, exfiscal federal del Distrito Sur de Florida.

Pero varios veteranos de estas cinco décadas de la Guerra contra las Drogas señalan que la extradición y otras estrategias se han quedado cortas, ya que los carteles han evolucionado hasta convertirse en organizaciones de varios niveles que ya no están centralizadas. También trafican mujeres, contrabandean mercancías, extorsionan empresas, e incluso financian minas de oro ilegal.

"Destruimos cultivos ilícitos, destruimos laboratorios, incautamos precursores (químicos), incautamos grandes toneladas de droga", dijo Wilson Martínez, exvicefiscal general de Colombia. "Pero seguimos en el mismo punto".

De la “Oficina” a la logística

En un exclusivo condominio de Boca Ratón, en el sur de Florida, padres en autos BMW y coches deportivos esperan fuera de la escuela primaria contigua para recoger a sus hijos. No hay señales evidentes de que el notorio Carlos Mario Aguilar, alias Rogelio, vivió ​​durante varios años en una de las costosas casas cercanas.

Rogelio es un funcionario corrupto del Cuerpo Técnico de Investigación (CTI) de la Fiscalía colombiana. En los noventa y en los 2000 trabajó con la Oficina de Envigado, el escuadrón de sicarios y la agencia de cobro de deudas del capo de Medellín Diego Murillo, alias Don Berna. Durante esta época, Rogelio también trabajó con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), un escuadrón de la muerte paramilitar de 30.000 miembros que se asoció con la Oficina.

"Rogelio es muy poderoso y nadie se quiere meter con él", dijo un defensor de los derechos humanos en Medellín, pidiendo el anonimato, pues se sabe que tanto la Oficina como las AUC han desaparecido a cientos de víctimas. “Ese miedo aún se mantiene".

Cuando alias Don Berna fue extraditado a Estados Unidos en mayo de 2008, documentos del gobierno colombiano muestran que Rogelio heredó el liderazgo del grupo al ser el siguiente en la cadena de mando. El Departamento de Justicia de Estados Unidos, dice que el grupo criminal sigue especializándose en "lavado de dinero, extorsión y sicariato".

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Un diagrama de red de los líderes de la Oficina de Envigado en 2006. Carlos Mario Aguilar, alias Rogelio, está en el extremo derecho. El segundo desde la izquierda es el narcotraficante Diego Murillo, alias Don Berna. Crédito: Tribunal de Justicia y Paz, Colombia

Rogelio duró poco tiempo en la cima del crimen de Medellín, pero fue por decisión propia. En 2008, se entregó a Estados Unidos tras haber llegado a un acuerdo secreto de cooperación.

Este no fue un acuerdo bidireccional entre Estados Unidos y Colombia, indicó una fuente con conocimiento del caso. El jefe del cartel se dirigió primero a Argentina y luego a Panamá, donde tomó un vuelo comercial a Estados Unidos y se entregó sin que las autoridades colombianas lo supieran.

"Lo hicimos todo a sus espaldas porque no confiábamos en ellos", dijo la fuente, quien pidió el anonimato debido a la sensibilidad del caso.

Rogelio, líder de la temida Oficina de Envigado, también tenía estrechos vínculos con los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), con las que la Oficina estaba asociada.

Documentos judiciales de Colombia muestran que en 2005, como parte de un plan gubernamental que preveía que los combatientes dejaran las armas a cambio de clemencia, Rogelio se desmovilizó como miembro de los Héroes de Granada, un bloque de las AUC dirigido por su presunto padrino criminal Don Berna.

Los Héroes de Granada, un ala urbana de las AUC, libraron guerras territoriales contra otros grupos paramilitares y guerrillas de izquierda en el Valle de Medellín, luchando por el control del narcotráfico y de las redes criminales.

Los Héroes de Granada participaron en la Operación Orión, una incursión que tuvo lugar en 2002 en la que los paramilitares y el Estado colombiano unieron sus fuerzas para luchar contra las guerrillas de izquierda en un barrio sitiado de Medellín. La operación dejó cientos de víctimas a su paso.

En total, los Héroes de Granada fueron acusados de más de 3.400 delitos en 29 municipios del departamento colombiano de Antioquia. Las autoridades colombianas también vincularon al grupo con numerosos envíos de cocaína de varias toneladas y con una amplia red de extorsión.

En 2015, según registros, Rogelio ya había salido de una prisión estadounidense tras cumplir una pena de un poco más de siete años. El expediente de su caso ha permanecido en un profundo secreto, sellado por un juez. Las autoridades no respondieron a los repetidos intentos por contactarlas.

El trato indulgente hacia Rogelio no es una anomalía, según Michael S. Vigil, exjefe de operaciones internacionales de la Administración para Control de Drogas de Estados Unidos (DEA).

"El acuerdo, por ejemplo, (era) que no iba a pagar mucho tiempo (en la cárcel) si cooperaba, lo que obviamente hizo, y el hecho de que se le permitiría permanecer en Estados Unidos", dijo Vigil, quien se retiró en 2004 y sigue activo como consultor.

Vigil agregó que "enviarlo de vuelta a Colombia sería una sentencia de muerte automática".

Este tipo de tratos son necesarios, sugirió Bonnie S. Klapper, exfiscal federal que ahora defiende a narcos acusados.

"Si vas a 'cooperar' con alguien, vas a tener que cumplir tu palabra y asegurarte de que esa persona no tenga que volver a su país y probablemente sea asesinada", le dijo a OCCRP.

Hoy, lejos de la guerra en las calles de Medellín en la que participó, Rogelio parece mantener un perfil bajo en el sur de Florida.

Documentos legales obtenidos por OCCRP muestran que declaró trabajar como asistente de servicio en una empresa de transporte terrestre de carga, donde gana menos de 50.000 dólares al año. Tiene una tarjeta de crédito con una importante institución financiera, una licencia de conducir de Florida y, después de que salió de prisión, vivió en la lujosa residencia de Boca Ratón por varios años.

Rogelio le debe mucho a su hermana Cruz Elena Aguilar, indican varias fuentes. Ella fue fiscal en Colombia en la década de los noventa. Luego se mudó a Estados Unidos, pero antes de irse, se vio envuelta en un escándalo público por su supuesta cercanía con personas que debía investigar. Incluso hay grabaciones de eso, según informaron medios colombianos.

En un programa de la emisora W Radio, Cruz Elena reconoció estar ayudando al capo de Medellín Don Berna -el antiguo jefe de su hermano- a encontrar un abogado estadounidense. Fuentes jurídicas estadounidenses reconocen que Cruz Elena ha trabajado como una facilitadora para narcotraficantes que, o han sido capturados y enfrentan la extradición, o que desean entregarse.

Aunque Cruz Elena declinó responder a las preguntas enviadas por los periodistas, Klapper, la fiscal que ahora es abogada penalista, ofreció una visión más comprensiva, insistiendo en que el trabajo de Cruz Elena era legítimo.

"Confío plenamente en ella. Nunca la he visto pasarse de la raya y no estaría trabajando con ella si este fuera el caso", dijo Klapper, quien ayudó a desarticular el cartel del Norte del Valle de Colombia. "No voy a poner mi reputación en juego por ningún caso”.

En la actualidad, Cruz Elena trabaja como asistente legal estadounidense. Su hija Daniela Posada, criada en Estados Unidos, es miembro del Colegio de Abogados de Florida y ha trabajado en casos de defensa de traficantes de alto perfil, como Daniel Barrera Barrera, alias El Loco, quien controló los Llanos Orientales colombianos antes de su capturado en 2012.

Carlos Mario Aguilar, alias Rogelio, no respondió al cuestionario que le fue enviado por correo electrónico y a través de abogados.

La extradición del Mata Amigos

Durante la presidencia de Vicente Fox, entre 2000 y 2006, el gobierno mexicano se opuso de forma repetida a la extradición de narcotraficantes a Estados Unidos por la posibilidad de que los acusados se enfrentaran a la pena de muerte, la cual está prohibida por la Constitución mexicana.

En 2006, Felipe Calderón reemplazó a Fox y declaró su propia guerra al narcotráfico. En 2008, se asoció con Estados Unidos en la Iniciativa Mérida, un acuerdo de seguridad transnacional destinado a "interceptar las drogas, detener el lavado de dinero, reducir la producción y desmantelar las organizaciones criminales".

Como embajador de México en Estados Unidos entre 2007 y 2013, Arturo Sarukhán firmó numerosas extradiciones como parte de una estrategia para remover a los capos de sus carteles, cuyos tentáculos se extendían hasta las cárceles mexicanas.

"Las debilidades estructurales y la corrupción en el sistema penitenciario mexicano les permitían seguir operando desde la cárcel", dijo Sarukhan en una entrevista en Washington. "Al extraditarlos, se degrada esa capacidad. Prefiero tenerlos aquí".

Para demostrar que México se tomaba en serio la Iniciativa Mérida, Calderón extraditó de un sólo golpe a más de una docena de narcotraficantes, antes de que se firmara el acuerdo. Entre ellos estaba Osiel Cárdenas Guillén, quien dirigía el cartel del Golfo, que surgió en el estado fronterizo oriental de Tamaulipas.

Cárdenas se ganó el apodo de Mata Amigos tras supuestamente haber asesinado a un socio. Creó el brutal grupo de Los Zetas, el brazo armado del cartel del Golfo. Al ver el rastro de violencia de este grupo, el gobierno estadounidense decidió negociar.

A cambio de información relevante, Cárdenas fue extraditado en 2007. En 2010, fue condenado a una pena de 25 años y le confiscaron 50 millones de dólares en dinero y propiedades. Está previsto que lo liberen en 2024.

No sólo Cárdenas disfrutó de un trato clemente, sino que su familia mantuvo su privilegiado estilo de vida en México. Las fotos de sus hijas en redes sociales muestran que siguieron con sus viajes al extranjero en aviones privados. En 2018, el hijo de Cárdenas fue arrestado por sacar un arma en un bar en Texas, mientras agitaba una placa de la Fiscalía.

La noticia de que Osiel, tras la extradición, delató a sus colegas, llevó a los Zetas a separarse del cartel del Golfo, con consecuencias catastróficas.

"Eso creó la fractura del cartel del Golfo y los Zetas, creó más violencia y esta violencia se extendió por todo México", dijo Arturo Fontes, un consultor de seguridad quien se retiró después de 28 años en el FBI combatiendo a los carteles. "Y mucha gente murió en ambos lados de la frontera".

El mexicano Alejandro Hope, experto en seguridad, también comparte esta opinión. Afirmó que la extradición del líder del cartel del Golfo tuvo un efecto "detonante" que desató las llamas de la violencia.

Conozcan a la familia Arellano Félix

La saga del clan de los Arellano Félix, también conocido como el cartel de Tijuana, retratado en la exitosa serie de Netflix Narcos, pone de manifiesto la disyuntiva entre cooperación e indulgencia.

Fotos de recompensa de los hermanos Benjamín, Eduardo y Ramón Arellano Félix aparecieron en carteles en los cruces fronterizos de California a principios de la década de 2000.

En 2002, Ramón murió en un tiroteo. Casi una década después, en 2011, Benjamín fue extraditado, y al año siguiente el turno fue para Eduardo.

El fiscal del Distrito Sur de California le advirtió a Benjamín que pasaría la vida en prisión. Pero el 4 de enero de 2012 se declaró culpable, aceptó entregar 100 millones de dólares y fue condenado a 25 años de prisión, con fecha de liberación en 2032.

Eduardo se enfrentaba inicialmente a 140 años, pero en 2013 se declaró culpable de lavado de dinero y asociación ilícita. Le confiscaron 50 millones de dólares para Estados Unidos y lo condenaron a sólo 15 años de prisión. Salió en agosto de 2021 y ahora está en una cárcel en México, a la espera de ser juzgado.

La clemencia de Estados Unidos está siendo puesta a prueba por el también miembro del cartel de Tijuana Efraín Pérez Arciniega, capturado a finales de la década de 2000 y extraditado. Su especialidad era disolver cadáveres en soda cáustica.

Tras haber cumplido sólo una década de los 25 años de prisión que se le impusieron en Estados Unidos, en junio pasado pidió ser liberado, invocando su colaboración sobre las actividades del cartel. Está esperando un fallo judicial.

Los detalles exactos del caso de Cárdenas -al igual que el del colombiano Rogelio- siguen siendo un gran misterio.

Félix Jiménez, un exfuncionario de la DEA que dirigió la oficina de Nueva York, insistió que los acuerdos de culpabilidad, como el que se hizo con el líder del cartel del Golfo, han ayudado a debilitar a las organizaciones criminales.

La extradición ha sido una "estrategia extremadamente útil" contra los traficantes que están "aterrorizados" de ser enviados al norte, dijo Jiménez, y por lo tanto ofrecen información confidencial a cambio de condenas reducidas.

Un abogado estadounidense que representa tanto a Cárdenas como a su hijo Osiel Jr. le dijo a OCCRP en un correo electrónico que la familia no responde a las preguntas de los medios de comunicación.

Incluso si México quisiera construir un caso contra narcos como Cárdenas, es poco probable que las autoridades estadounidenses compartan la información que han obtenido a cambio de clemencia, indicó Gerardo Rodríguez Sánchez Lara, analista de seguridad mexicano.

"Aquí hay una relación asimétrica", dijo.

Aunque el gobierno estadounidense y departamentos de policía local le confiscaron a Cárdenas unos 50 millones de dólares - y agentes federales fueron vistos posando en fotos con su cuota de 29,5 millones de dólares-, México no recibió ni un centavo.

A diferencia de Colombia, México no cuenta con un fondo central a través del cual los activos de los delincuentes puedan ser confiscados y compartidos entre los países emisores y receptores en los casos de extradición.

Colombia y Estados Unidos tienen un convenio para la distribución de los activos criminales incautados con base en el nivel de participación de cada país, indicó Martínez, exvicefiscal general de Colombia.

De Escobar a El Chapo

Desde la muerte de Escobar en 1993, la estrategia de Estados Unidos en Colombia -y luego en México- se ha centrado en la extradición de los capos que acaparan los titulares. En los últimos años, el goteo de figuras del crimen organizado que han sido extraditadas, tras su entrega o captura, se ha convertido en un torrente.

Las extradiciones de colombianos no siempre fueron tan robustas. Tras una campaña de terror contra el Estado colombiano de los llamados "extraditables", un grupo de narcos liderados por Escobar, la nueva Constitución de 1991 prohibió la extradición de nacionales colombianos. Un informe del Departamento de Estado de Estados Unidos de 2001 indicaba que sólo 12 colombianos habían sido enviados a Estados Unidos entre 1997 y 2001, la mayoría por delitos relacionados con las drogas.

Sin embargo, unos años más tarde, la presión de Washington llevó a Colombia a reimplantar un proceso de extradición parcial. A medida que la persecución de Escobar se acercaba a su fin en 1993, las autoridades estadounidenses comenzaron a centrarse en la llamada kingpin strategy, enfocándose en la captura de los líderes de los carteles y tratando de desmantelar las estructuras jerárquicas de estos grupos, más que en sus actividades del día a día criminal.

Desde principios de la década de 2000, Colombia ha enviado a Estados Unidos a numerosos narcotraficantes de alto perfil, siendo quizás el caso más conocido el de 14 jefes paramilitares de las AUC -una lista que incluía a Don Berna- en mayo de 2008.

Datos recopilados en Colombia muestran que entre 2008 y 2018, Estados Unidos hizo 1.156 solicitudes de presuntos traficantes de Colombia, de las cuales casi todas fueron aprobadas. El 76 por ciento de estas tuvo relación con delitos vinculados a drogas.

No se dispone de datos similares sobre extradiciones para el caso de México, que es el mayor punto de tránsito de los narcóticos que llegan a Estados Unidos. Sin embargo, los datos del Servicio de Alguaciles de Estados Unidos, que maneja la mayoría de los casos de extradición, son un indicador útil. Los datos de la agencia que fueron compilados por la Universidad de San Diego muestran que hubo 770 extradiciones de México a Estados Unidos entre 2003 y 2016, casi la mitad relacionadas con narcóticos. Antes de ese periodo, sólo ocho personas fueron extraditadas de México a Estados Unidos, entre 1980 y 1994, bajo todas las categorías de delitos.

En los últimos años México se ha puesto al día, culminando con la extradición de Joaquin El Chapo Guzmán en 2017. Con este caso, los funcionarios estadounidenses no siguieron con la tendencia de otorgar clemencia y lo condenaron a cadena perpetua.

A pesar de la condena de El Chapo, algunos expertos consideran que la atención que se presta a los capos es obsoleta.

Yesid Reyes, exministro de Justicia de Colombia, indicó que los grupos criminales abandonaron el modelo de los mega carteles, como el de Medellín y Cali, y que Colombia ahora contaba con una multiplicidad de mini carteles.

"Seguimos utilizando una única fórmula, que es la represión contra todos los eslabones de la cadena del narcotráfico", dijo, pero "los narcotraficantes han cambiado sus estilos".

Sarukhan, el exembajador de México, sostiene que cortar la cabeza de una organización hace poco para acabar con el tráfico de drogas en general. Esto requiere una estrategia de reducción de la demanda de estupefacientes en los países consumidores y el despliegue de un ejército de investigadores cualificados que puedan desbaratar los medios financieros de estos grupos. Tal como se hizo de manera exitosa después del 11-S con la financiación del terrorismo.

A Óscar Naranjo, exdirector de la Policía y exvicepresidente de Colombia, se le atribuye el mérito de haber derribado a varios traficantes de alto nivel. Considera que los grupos criminales ya no dependen de estructuras de mando verticales sino que operan como holdings criminales fragmentados, "con muchos responsables, algunos de ellos invisibles".

Incluso cuando un narco de primer orden cae, a menudo simplemente es reemplazado, dijo María McFarland Sánchez-Moreno, abogada y autora de Aquí no ha habido muertos, un libro sobre la infiltración de los carteles y los paramilitares en el gobierno colombiano. Ella destacó el caso de Rogelio.

"Terminó siendo el jefe de la Oficina después de que Don Berna fuera extraditado, y luego él fue extraditado. Pero sigue habiendo una Oficina", dijo.

Una bala y una pausa

Jair Sánchez, sospechoso de enviar toneladas de cocaína desde la costa del Pacífico colombiano, tenía prisa por ser extraditado. Le habían disparado en el estómago en Cali, ciudad al suroccidente de Colombia, y creía que lo tenían en la mira, pues corrían rumores de que buscaba cooperar con Estados Unidos. Quería ser capturado por los estadounidenses lo más pronto posible.

Detenido en un hospital en marzo de 2015, el antiguo cabecilla del cartel del Norte del Valle conocido como Mueble Fino -por su lujoso estilo de vida- fue rápidamente enviado a Estados Unidos.

Sus abogados estadounidenses pidieron clemencia. En un documento judicial se citaron factores atenuantes como el papel supuestamente "menor" que desempeñó en un negocio de 450 kilos de cocaína y el hecho de que él "había solicitado una extradición acelerada". En ese mismo documento, la defensa admitió que la información que Mueble Fino entregó a las autoridades era obsoleta.

Jair Sánchez Hernández, alias Mueble Fino, el día de su segunda detención, el 22 de mayo de 2021, en un municipio al norte de Bogotá. Crédito: Policía Nacional de Colombia

En este caso, los fiscales estadounidenses acordaron no aplicar la cadena perpetua y Mueble Fino apostó por la discrecionalidad que tienen los tribunales frente a las directrices federales para la imposición de penas. Cooperar aumentaba sus posibilidades de tener una sentencia más ligera. Mueble Fino fue enviado de vuelta a Colombia en marzo de 2019, tras cumplir menos de cuatro años en prisión.

De regreso en Colombia, Mueble Fino se unió a otra organización criminal llamada La Gran Alianza, según las autoridades colombianas. Lo recapturaron en 2021 y fue acusado de homicidio y secuestro.

Los días en los que personas como Escobar preferían la muerte a la extradición parecen haber quedado atrás. Y los casos de Mueble Fino y Rogelio muestran cómo un sometimiento o una extradición oportuna pueden beneficiar a narcos de alto nivel.

“Muchas veces nos dicen cosas que ya sabemos, que hacen muy poco en términos de impacto en las operaciones en curso", explicó Jack Riley, un exadministrador interino de la DEA que coordinó los esfuerzos para capturar a El Chapo en México.

Añadió: "No quiero oír cosas históricas. Quiero escuchar cosas procesables, que podamos hacer ahora para desbaratar o desmantelar estas organizaciones”

La extradición se ha convertido en su propia microindustria de narcotraficantes oportunistas, abogados hipnotizados por el signo del dólar y soplones que buscan ganar favores, dijo Riley.

“Hay literalmente miles de informantes que rastrean (a los delincuentes) que Estados Unidos quiere y trabajan proporcionándonos información sobre ellos", dijo. "Eso es importante porque necesitamos esa información... pero ha generado su propia economía oscura para la extradición".

Laura Borbolla, fiscal mexicana a cargo de las extradiciones en la era Calderón, explicó que Estados Unidos tiene "reglas muy fáciles" de cumplir: declárese culpable, devuelva las ganancias ilícitas y le irá bien.

"Si tú además, me das información de colaboradores tuyos, para que yo siga combatiendo este tipo de conductas en mi país, entonces te puedo permitir que te quedes con ciertas propiedades", añadió.

¿Cuáles resultados?

Los acuerdos con Estados Unidos, como el que pactaron con Rogelio, complican los esfuerzos para que las víctimas en Colombia obtengan justicia. Por ejemplo, varios de sus colegas investigadores del CTI en Medellín fueron asesinados a finales de los noventa mientras luchaban contra los grupos criminales para los que él terminó trabajando.

"Creo que los investigadores colombianos deben tener muchas preguntas para él sobre los asesinatos de finales de los años noventa", dijo McFarland, abogada y autora. "Creo que Rogelio tiene muchas preguntas que responder en torno a eso. Este es sólo un ejemplo de la verdad que ya no es posible conseguir luego de que se ha (enviado) a alguien a Estados Unidos".

Tras cinco décadas de Guerra contra las Drogas, el campo de batalla ha cambiado poco.

"Ha crecido la producción, ha crecido el consumo, ha crecido la violencia asociada al narcotráfico y a la producción, ha crecido la corrupción", dijo Naranjo, el general retirado de la Policía.

Datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito señalan que la producción potencial anual de cocaína en Colombia alcanzó las 1.228 toneladas en 2020, frente a las 695 toneladas métricas de 2000.

Sarukhan, el exembajador de México en Estados Unidos, dijo que hay que atacar a los traficantes a nivel estructural: los contadores y lavadores de dinero, o los que contratan y entrenan a los sicarios. Los limitados gastos de la DEA en investigadores financieros que rastrean el dinero electrónicamente equivalen a “un pedo de gorrión en un tifón”.

Su consejo: "Poner el lavado de dinero en el más alto nivel del kit de herramientas”.

Vigil, el exjefe de operaciones internacionales de la DEA, indica que la estrategia permanente de atacar la cima de la pirámide seguirá dando resultados incompletos.

"No me refiero a esta como la Guerra contra las Drogas. La llamo la campaña permanente contra las drogas", explicó. Y añadió que siempre habrá un país proveedor mientras persista un mercado fuerte.

"A menos que reduzcamos la demanda de drogas, si no es México o no es Colombia, será otro país", advirtió Vigil.

Karina Shedrofsky (OCCRP ID) y Laura Sánchez Ley contribuyeron con la reportería.

Una Guerra Adictiva es un proyecto de periodismo colaborativo y transfronterizo sobre las paradojas que han dejado 50 años de política de drogas en América Latina, del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), Dromómanos, Ponte Jornalismo (Brasil), Cerosetenta y Verdad Abierta (Colombia), El Faro (El Salvador), El Universal y Quinto Elemento Lab (México), IDL-Reporteros (Perú), Miami Herald / El Nuevo Herald (Estados Unidos) y Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP).

How Cartel Bosses are Playing the U.S. Justice System

Bringing drug kingpins to face justice in the U.S. has long been seen as a key part of Washington’s anti-cartel arsenal. Behind the showy press conferences for bosses like El Chapo, experts say, lies a cottage industry of expensive lawyers and opportunistic traffickers looking for a way out.

Antonio Delgado (Miami Herald), Brian Fitzpatrick (OCCRP), Kevin G. Hall, Lilia Saúl Rodríguez (OCCRP), Jay Weaver (Miami Herald) y Verdad Abierta

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Donají Marcial, Dromómanos

Paradojas

January / 12 / 2022

Nearly 13 years and 1,300 miles removed from the violent streets of Medellín, Carlos Mario Aguilar has rebuilt his life in South Florida. The alleged Colombian crime boss known by the alias “Rogelio” has escaped his blood-soaked past, to enjoy life in a luxurious gated community and a job at a logistics company.

While the families of cartel victims seldom see justice served, Rogelio is a free man thanks to the very thing Colombian drug traffickers once feared most: facing American justice.

Drug lord Pablo Escobar famously said he would “prefer a tomb in Colombia than a jail in the United States,” but surrender and extradition are now seen by some savvy, lawyered-up cartel bosses as an expedited pass to freedom.

With President Richard Nixon’s launch of the War on Drugs now marking its 50th anniversary, Rogelio’s case offers a stark reminder that one key pillar of U.S. anti-drug policy has morphed into something unrecognizable from its original intent.

The so-called “kingpin strategy,” which took shape in the 1990s, sought to remove cartel leaders from their criminal networks, trying to hold them accountable in the U.S. since they seldom were punished at home.

Yet today the number of figures being sent north has ballooned, and traffickers have learned how to game the process, preserving some of their fortune for their families while getting lighter sentences. Some forfeited money offsets the costs of U.S. anti-drug efforts, but the home countries often see little return.

An investigation by OCCRP and partners, using data collected in Colombia and Mexico, shows that extradition has become a game often stacked in favor of well-connected criminals. Meanwhile, the drug trade remains intact and thriving.

OCCRP compiled a sample of 37 separate extradition cases of mid- to top-level Mexican and Colombian drug traffickers for the period 2005-2015, data which showed how some of the world’s biggest cartel operatives have been treated sympathetically Of those 37 cases, 23 spent or will have spent 10 years or less in U.S. custody. Just two were given life sentences. The shortest periods of detention ranged from one to three years, with one high-ranking defendant spending just eight months behind bars before being deported back to Colombia for another short stint in prison.

The end result of such leniency is that falling into the hands of the Americans — decades after Escobar famously went to war with the Colombian state to avoid that very fate — is no longer something many drug lords wish to elude at all costs. Instead of waiting for the net to close, many now choose to go quietly and cooperate with U.S. authorities by providing information on their allies and enemies. Some even circumvent the extradition process entirely, surrendering in third countries and striking their own backroom deals with the U.S.

“They picked up on the formula, especially the bigger guys,” said David Zapp, a New York defense lawyer who has represented many top-level traffickers. “The word goes out that if you cooperate and help Team America, you will do very well.”

Former high-level law enforcement officials insist that the practice of giving more lenient sentences to cooperators, even some suspected of atrocities in their home countries, can help dismantle criminal groups.

“It’s crucial, it’s critical, you could not do it without cooperation,” said Michael Nadler, a former federal prosecutor for the Southern District of Florida.

But many veterans of the five-decade War on Drugs say extradition and other strategies have fallen short, as cartels have evolved into multi-layered organizations that are no longer centralized. They also traffic women, smuggle other goods, extort businesses and even fund illicit gold mines.

“We destroy illicit crops, destroy laboratories, seize precursor chemicals, seize large tons of drugs,” said Wilson Martinez, a former Colombian deputy attorney general. “But we remain at the same point.”

An ‘Office’ Man Changes Jobs

At a luxurious gated community in Boca Raton, parents in BMWs and sports cars wait outside the adjoining elementary school to pick up their children. There’s little to hint that the notorious Carlos Mario Aguilar, alias Rogelio, lived for a number of years in one of the nearby million-dollar homes.

A corrupted criminal investigator from the Colombian Prosecutor’s Office’s Technical Investigations Team, known by the Spanish acronym CTI, Rogelio worked in the 1990s and 2000s with the Oficina de Envigado (the Envigado Office), the hit squad and debt collection agency of Medellín overlord Diego Murillo, alias Don Berna. During this time, Rogelio also worked with the United Self-Defense Forces of Colombia, or AUC, a 30,000-strong paramilitary death squad which partnered with the Oficina.

“Rogelio is very powerful and nobody wants to mess with him,” said one human rights defender in Medellín, asking for anonymity because the Oficina and the AUC are known to have disappeared hundreds of victims. “That fear remains.”

When Don Berna was extradited to the U.S. in May 2008, Colombian government documents show Rogelio was next in line to head the Oficina. The U.S. Justice Department says the crime group continues to specialize in “money laundering, extortion, and murder for hire.”

Oficina
A network diagram of the leaders of the Oficina de Envigado in 2006. Carlos Mario Aguilar, alias Rogelio, can be seen on the far right. Second from left is the drug lord Diego Murillo, alias Don Berna.

Rogelio’s time at the top of Medellín’s underworld didn’t last long, but that decision was his. Later in 2008 he himself surrendered to the U.S., having made a secret deal to cooperate.

This was no two-way agreement between the United States and Colombia, one source with inside knowledge of the case said. The cartel leader first made his way to Argentina, then Panama, where he took a commercial flight to the U.S. and surrendered without the knowledge of Colombian authorities.

“We did everything behind their back because we didn’t trust them,” the source said, requesting anonymity because of the sensitivity of the case.

Rogelio and Colombia’s AUC

A leader in the feared Oficina de Envigado, Rogelio also had close ties to the United Self-Defence Forces of Colombia (AUC) paramilitaries, with whom the Oficina was partnered.

Court documents from Colombia show that in 2005, as part of a government plan which saw combatants lay down arms in return for leniency, he stood down as a leading member of the Héroes de Granada, an AUC bloc led by his alleged criminal godfather Don Berna.

The Héroes de Granada, an urban wing of the mostly rural AUC, fought territorial wars against other paramilitary groups and leftwing guerrillas in the Medellin Valley, battling for control of drug trafficking and criminal networks.

The Héroes de Granada were involved in Operation Orion, a 2002 incursion which saw paramilitaries and the Colombian state join forces to fight leftist guerillas in a besieged Medellīn neighbourhood. The operation left hundreds of victims in its wake.

In total the Héroes de Granada were accused of more than 3,400 crimes in 29 municipalities across Colombia’s Antioquia department. The group was also linked by Colombian authorities to numerous multi-ton cocaine shipments and widespread extortion rackets.

By 2015, records show, Rogelio had been released from an American prison after serving barely more than seven years. His case file has remained a deep secret, sealed by a judge. Authorities did not respond to repeated requests for comment.

Rogelio’s lenient treatment is not an anomaly, according to Michael S. Vigil, former chief of international operations for the U.S. Drug Enforcement Administration (DEA). Vigil said his case showed the trade-offs U.S. authorities often make after a key target is secured.

“The agreement, for example, [was] that he wasn’t going to do a lot of time if he cooperated — which obviously he did — and the fact that he would be allowed to remain in the United States,” said Vigil, who retired in 2004 and remains active as a consultant. Vigil added that “sending him back to Colombia would be an automatic death sentence.”

These sorts of deals are necessary, said Bonnie S. Klapper, a former federal prosecutor who now defends accused traffickers.

“If you are going to ‘cooperate’ someone, you are going to have to live up to your word and make sure that person doesn’t have to go back to their country and likely get killed,” she told OCCRP.

Far from the Medellín drug war he oversaw, Rogelio today appears to be keeping his head down in South Florida.

Legal documents obtained by OCCRP show he reported working as a service assistant at a trucking company, earning under $50,000 a year. He has a credit card from a major lender, a Florida driver’s license, and had lived at the plush Boca Raton residence for a number of years after his release from prison.

Rogelio owes much to his sister, Cruz Elena Aguilar, sources said. She was a Colombian prosecutor in the 1990s who later moved to the U.S. Before leaving, she had become embroiled in a public scandal over her perceived closeness to the people she was meant to be investigating, some of which was captured on video, according to Colombian media reports.

In a broadcast on Colombia’s W Radio, Cruz Elena admitted helping the Medellín drug lord Don Berna — her brother’s one-time boss — find an American lawyer. American legal sources acknowledge that Cruz Elena has worked as a facilitator for traffickers who have been captured and face extradition, or wish to surrender.

While Cruz Elena declined requests for comment, the prosecutor-turned-defense attorney Klapper offered a sympathetic view, insisting Cruz Elena’s work is above board.

“I trust her completely. I have never seen her cross the line, and I would not be working with her if this were the case,” said Klapper, who helped break up Colombia’s Norte del Valle Cartel. “No case is worth my reputation.”

Today, Cruz Elena works as an American paralegal. Her U.S.-raised daughter, Daniela Posada, is a member of the Florida Bar and has worked defense cases involving high-profile traffickers, including Daniel Barrera Barrera, alias “El Loco,” who lorded over Colombia’s eastern plains before his capture in 2012.

Carlos Mario Aguilar, aka Rogelio, did not answer requests for comment, made by email and via legal channels.

Extraditing the ‘Friend Killer’

During the 2000-2006 presidency of Vicente Fox, the Mexican government repeatedly balked at extraditing traffickers to the United States because of the possibility that defendants could face the death penalty, outlawed under Mexico’s constitution.

Felipe Calderón succeeded Fox in 2006 and declared his own war on drug trafficking. By 2008, he had partnered with the U.S. on the Merida Initiative, a transnational security deal aimed at “interdicting drugs, stopping money laundering, reducing production, and dismantling criminal organizations.”

As Mexico’s ambassador to the U.S. from 2007 and 2013, Arturo Sarukhan signed off on numerous extraditions as part of a strategy to remove capos from cartels whose tentacles extended into Mexican prisons.

“Structural weaknesses and corruption in Mexico’s penitentiary system allowed them to continue operating from jail,” Sarukhan said in an interview in Washington, D.C. “By extraditing them, you degraded that capability. I’d rather have them up here.”

In a gesture to show Mexico took the Merida Initiative seriously, Calderón extradited more than a dozen traffickers in a single swoop before the deal was even inked. These included Osiel Cárdenas Guillén, who headed Mexico’s notorious Gulf Cartel, which sprung from the eastern border state of Tamaulipas.

Cárdenas earned the nickname “El Mata Amigos,” or “The Friend Killer,” for allegedly murdering a cartel partner. He created the brutal Los Zetas, the Gulf Cartel’s military-trained enforcement wing. Looking past the Gulf Cartel’s trail of violence, the U.S. government decided to negotiate.

In exchange for relevant information, Cárdenas was extradited in 2007. In 2010 he was sentenced to a 25-year term and forfeited $50 million in money and property. He’s set to be released in 2024.

Not only did Cárdenas enjoy lenient treatment, his family kept its privileged lifestyle in Mexico. His daughters’ social-media photos later showed trips on private jets to foreign countries. In 2018, Cárdenas’ son was arrested for brandishing a gun at a Texas bar while waving a U.S. District Attorney’s badge.

Word that Osiel, after extradition, snitched on colleagues led the Zetas to break off from the Gulf Cartel, with catastrophic consequences.

“That created the fracture of the Gulf Cartel and the Zetas, created more violence and this violence spread throughout Mexico,” said Arturo Fontes, a security consultant who retired after 28 years in the FBI combating cartels. “And a lot of people died on both sides of the border.”

That view was seconded by Mexican security expert Alejandro Hope, who argued the Gulf Cartel leader’s extradition had a “detonating” effect that sparked the flames of violence.

Meet the Arellano Felix Family

The saga of the Arellano Felix clan, also known as the Tijuana Cartel depicted in the hit Netflix series Narcos, highlights the tradeoff between cooperation and leniency.

Reward photos of brothers Benjamin, Eduardo and Ramón Arellano Félix were splashed on posters at California border crossings in the early 2000s.

Ramón died in a gun battle in 2002. Almost a decade later, Benjamin was extradited in 2011, Eduardo the following year.

The U.S. attorney for the Southern District of California warned Benjamin he’d spend life in prison. But on Jan 4, 2012, he pleaded guilty, agreed to hand over $100 million and was sentenced to 25 years, with a release date in 2032.

Eduardo initially faced 140 years but pleaded guilty in 2013 to money laundering and criminal association. Forfeiting $50 million to the United States, he was handed a sentence of just 15 years. He was released in August 2021 and is currently imprisoned in Mexico, awaiting trial.

U.S. leniency is now being put to the test by fellow Tijuana Cartel member Efraín Perez Arciniega, captured in the late 2000s and extradited. He specialized in dissolving victims’ corpses with caustic soda.

Having served just a decade of his 25-year U.S. sentence, he sought a compassionate release this past June, citing cooperation on cartel activities, and awaits a court ruling.

The exact details of Cárdenas case — much like the case of the Colombian, Rogelio — remain largely a mystery.

Felix Jimenez, a former DEA official who led the New York office, insisted that plea deals such as the one extended to the Gulf Cartel leader have helped weaken criminal organizations.

Extradition has been an “extremely useful strategy” against traffickers who are “terrified” of being sent north, Jimenez said, and thus offer insider information for reduced sentences.

A U.S. lawyer who represents both Cárdenas and his son Osiel, Jr., told OCCRP by email that the family doesn’t respond to media questions.

Even if Mexico wanted to build a case at home against traffickers such as Cárdenas, U.S. law enforcement is unlikely to share what they’ve gotten in exchange for leniency, said Gerardo Rodríguez Sánchez Lara, a Mexican security analyst.

“There is an asymmetric relationship here,” he said.

Although the U.S. government and local police confiscated some $50 million from Cárdenas — and federal agents were seen posing in photos with their share, $29.5 million — Mexico didn’t receive a dime.

Unlike Colombia, Mexico does not have a central fund through which criminals’ assets can be seized and shared between the sending and receiving countries in cases involving extradition.

Colombia and the U.S. have a deal for the distribution of criminal assets seized based on the participation level of each country, according to Martinez, the country’s former deputy attorney general.

From Escobar to El Chapo

Since the death of the Medellín overlord Escobar in 1993, U.S. anti-drug strategy in Colombia — and, later, in Mexico — has focused on extraditing headline-grabbing capos. The aim has been to dismantle the hierarchical structures of these groups, rather than their day-to-day criminal activities. In recent years, the trickle of organized crime figures extradited, either after surrender or capture, has grown into a torrent.

Colombian extraditions weren’t always so robust. After a terror campaign against the Colombian state by the so-called “extraditables” — a group of people who could conceivably be extradited, led by Escobar — a new Colombian constitution in 1991 brought the extradition of Colombian nationals to a halt.

A few years later, however, American pressure led Colombia to reimplement a partial extradition process. A U.S. State Department report in 2001 said just 12 Colombians were sent to the U.S. between 1997 and 2001, most for drug-related offenses.

Since the early 2000s, Colombia has sent numerous high-profile narco traffickers to the U.S., perhaps the most famous being 14 paramilitary leaders from the AUC — a list that included Don Berna — in May 2008.

Data collected in Colombia shows that between 2008 and 2018, the U.S. made 1,156 requests for suspected traffickers from Colombia, almost all of which were approved.

Similar data on extraditions is not available for Mexico, which is the largest transit point for narcotics coming into the United States. A useful proxy, however, is data from the U.S. Marshals Service, which handles the majority of extradition cases. Agency data compiled by the University of San Diego shows that the figure began to rise steadily after the early 2000s, with 770 extraditions between 2003 and 2016, nearly half involving narcotics. In comparison, just eight people were extradited from Mexico to the U.S. between 1980 and 1994.

Mexico has caught up in recent years, culminating in the extradition of El Chapo in 2017. American officials bucked the trend with El Chapo, refusing to grant him any leniency and handing him a life sentence.

Notwithstanding El Chapo’s conviction, some experts feel the attention on kingpins is outdated. Raw numbers, too, indicate that there are more than just criminal overlords being sent north.

Yesid Reyes, a former Colombian justice minister, said criminal groups have abandoned the model of mega-cartels like Medellín and Cali. Colombia now has a multiplicity of mini-cartels.

“We continue to use a single formula, which is the repression of all links in the drug trafficking chain,” he said, but “traffickers have changed their styles.”

Sarukhan, the former Mexican ambassador, argues that cutting off the head of an organization does little to break up the broader drug trade. That requires a strategy of reducing demand for narcotics in consuming nations, and deploying an army of skilled financial sleuths who can disrupt the financial wherewithal of these groups — much like the successful post-September 11 approach to terror financing.

Óscar Naranjo, a former police general who has also served as Colombia’s vice president, is credited with taking down a number of top-level traffickers. He feels crime groups are no longer reliant on vertical command structures, and instead operate like fragmented criminal holdings, “with many perpetrators, some of whom are invisible.”

Even when the big boss is removed, they’re often simply replaced, said Maria McFarland Sánchez-Moreno, a lawyer and author of the book There Are No Dead Here, about cartel and paramilitary infiltration of the Colombian government. She pointed to Rogelio’s case.

“He ended up being the head of the Oficina after Don Berna was extradited, and then he got extradited. But there’s still an Oficina,” she said.

A Bullet and a Break

Jair Sanchez, suspected of trafficking huge amounts of cocaine from Colombia’s Pacific coast, was in a hurry to be extradited. He’d been shot in the stomach in the western city of Cali, and believed that rumors of his intention to cooperate with U.S. authorities had put a target on his back. He wanted to be taken by the Americans as soon as possible.

Arrested at a hospital in March 2015, the former Norte del Valle Cartel boss known as “Mueble Fino,” or “Fancy Furniture,” because of his luxurious lifestyle, was soon sent to the U.S.

His American defense team pleaded for leniency. One court document cited mitigating factors such as the allegedly “minor” role he played in a deal involving at least 450 kilograms (992 lbs) of cocaine, and the fact that he had “actually requested an expedited extradition.” That same document shows the defense conceded that information Mueble Fino provided to U.S. authorities was “stale.”

Jair Sanchez Hernandez, alias Mueble Fino, seen on the day of his second arrest, May 22, 2021, north of Bogotá. Credit: Colombian National Police

Since U.S. prosecutors had agreed to take a life sentence off the table, Mueble Fino bet that the discretion in federal sentencing guidelines boosted his chances of a lighter sentence if he cooperated. Mueble Fino was sent back to Colombia in March 2019, having served less than four years.

Back home, he joined another criminal organization called La Gran Alianza, according to authorities. He was re-captured in 2021 and charged with homicide and kidnapping.

The days of people like Escobar choosing death over extradition seem long ago, and the cases of Mueble Fino and Rogelio demonstrate how a well-timed self-surrender or extradition can benefit top bosses.

“Many times they tell us stuff we already know, which does very little in terms of impacting ongoing operations,” said Jack Riley, a former acting DEA administrator who led efforts to capture Mexico’s El Chapo.

He added, “I don’t want to hear historical stuff. I want to hear actionable things that we can do now to disrupt or dismantle these organizations.”

Extradition has become its own cottage industry of opportunist traffickers, lawyers with dollar signs in their eyes, and snitches looking to gain favor, said Riley.

“You have literally thousands of informants who trawl [lists of the criminals] who the U.S. wants, and work on providing information on them for us,” he said. “That’s important because we need that information … but it’s kind of spawned its own dark-side economy for extradition.”

Laura Borbolla, a Mexican prosecutor in charge of extradition during the Calderón era, said the U.S. has “very easy rules” to abide by: plead guilty, return drug profits, and you’ll do alright.

“If, in addition to this, you give me information on your collaborators, so that I can combat this type of behavior in my country, then I can allow you to keep [certain] properties,” she added.

Results in Question

U.S. deals like the one extended to Rogelio complicate efforts to pursue justice for victims in Colombia. For example, a number of his CTI investigative colleagues in Medellín were killed in the late 1990s while fighting the same crime groups he ended up working for.

“I think Colombian investigators should have many questions for him about the killings in the late 1990s,” said McFarland, the lawyer and author. “I think Rogelio has a lot of questions to answer around that. This is just one example of truth-telling that’s not possible once you’ve [sent] somebody to the U.S.”

Five decades into the War on Drugs, the battlefield is relatively unchanged.

“Production has grown, consumption has grown, violence associated with drug trafficking and production has grown, corruption has grown,” said Police Gen. Naranjo.

Data from the United Nations Office on Drugs and Crime said yearly potential cocaine production in Colombia hit 1,228 metric tons in 2020, up from 695 metric tons in 2000.

Sarukhan, the former Mexican ambassador to the U.S., said traffickers must be attacked at the structural level: the accountants and money launderers, or those that hire and train hitmen. The scant amount the DEA spends on the financial sleuths who follow the money electronically amounts to “a sparrow’s fart in a typhoon.”

His advice? “Put money laundering at the top of the tool kit.”

Vigil, the former DEA international operations boss, says a constant strategy of attacking the top of the tree will continue to yield incomplete results.

“I don’t refer to it as the war on drugs. I call it the permanent campaign on drugs,” he said, adding that there will always be a supplying country as long as a strong market persists.

“Unless we dampen demand for drugs, then if it’s not Mexico or it’s not Colombia, it will be another country,” said Vigil.

Karina Shedrofsky (OCCRP ID), Will Neal (OCCRP), and Laura Sánchez Ley contributed reporting.

An Addictive Waris a collaborative and cross-border journalism project on the paradoxes left by 50 years of drug policy in Latin America, from the, Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), Dromómanos, Ponte Jornalismo (Brasil), Cerosetenta and Verdad Abierta (Colombia), El Faro (El Salvador), El Universal and Quinto Elemento Lab (México), IDL-Reporteros (Perú), Miami Herald / El Nuevo Herald (Estados Unidos) and Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP).