Un grupo criminal llamado policía

En la frontera del estado mexicano de Coahuila con Estados Unidos, la versión oficial es que desde que las fuerzas del Estado debilitaron al cartel de Los Zetas hace casi una década no existe un grupo del crimen organizado que controle la zona. Testimonios de policías, carpetas de investigación y documentos oficiales señalan, sin embargo, cómo miembros de la policía de élite creada para combatirlos trafican armas, drogas, personas, extorsionan, secuestran, torturan y asesinan. La llamada guerra contra el narcotráfico en México cumple 15 años con récord de militares en las calles y homicidios en el país. Esta es la historia de una policía con entrenamiento militar y varios exintegrantes del Ejército y la Marina que heredó el control de los negocios ilegales de un cartel fundado por exmilitares de élite.

Íñigo Arredondo - El Universal

test
Ex miembros de la policía señalan a su ex compañeros como “el cartel de la zona” por cuatro razones: Trasladan armas como criminales.Tienen puntos de venta de drogas como crimen.Trabajan en conjunto con criminales a los que les prestan uniformes. Torturan, secuestran, matan y desaparecen personas como criminales. Fotografía: Valente Rosas

Paradojas

Los que luchan contra el narco se convierten en narcos

09 / Diciembre / 2021

Osvaldo Martínez palpa un muro para analizar algunos de los cincuenta impactos de bala que lo salpican. Su hijo Billy desapareció hace siete años y en su búsqueda, además de ser secuestrado y torturado por la policía, ha aprendido sobre armas. “Es un paredón”, concluye sin temor a equivocarse mientras raspa el concreto con sus dedos.

El muro es parte de la entrada de una caballeriza a medio construir. Está situada en una hacienda a las afueras de Piedras Negras, una ciudad fronteriza con Estados Unidos que debe su nombre a los yacimientos de carbón y su fama a la violencia y al tráfico de drogas y migrantes y armas.

Los Zetas, el grupo criminal fundado por exmilitares de élite del ejército mexicano que controlaba la zona hasta 2012, utilizó este predio como fosa común.

El grupo de élite de la policía estatal de Coahuila, creado para combatir al cartel, también lo ha usado para deshacerse de los cuerpos de sus propias víctimas, según testimonios de expolicías, vecinos de la hacienda y carpetas de investigación de la fiscalía del estado, entre ellas la de Billy.

Roberto, un exintegrante de este comando policial, cuenta en una entrevista que él y otros agentes mataron a un hombre a sangre fría en un retén en 2014 y que acabó enterrado bajo esta tierra para que las matanzas pasadas de Los Zetas camuflaran el asesinato presente de los policías.

“E​ran dos malandrillos que traían un arma y sí traían droga, pero era para consumo de ellos. Al otro lo agarramos y lo pusimos a disposición. Y a ese que le disparamos (en el hombro), pues ya, a ese sí lo matamos”, dice Roberto, que pide guardar su identidad porque teme que los que un día fueron sus compañeros lo ejecuten.

Osvaldo Martínez y otros cuatro familiares de desaparecidos encuentran sobre el pasto seco jirones de tela, pilas, tierra removida, una zanja abierta. Algunos vecinos se acercan curiosos para preguntar qué hace un grupo de gente en la hacienda esta mañana de octubre de 2021; lo único que han presenciado en ella durante años son personas tirando cuerpos por la noche.

El caso de Billy es apenas una de las más de 100 denuncias de desaparición forzada atribuidas a este grupo que la abogada Ariana García del Bosque, asesora legal de muchas víctimas, ha presentado ante la fiscalía. Solo desde 2014, de acuerdo con el libro de gobierno de la zona norte de Coahuila —un registro del ministerio público— al que ha tenido acceso este periodista, hay al menos 256 casos abiertos contra la policía de élite: amenaza, robo, allanamiento, secuestro, desaparición y homicidio.

La historia oficial de la llamada guerra contra el narcotráfico —que cumple 15 años con récord de militares en las calles y cerca de 400,000 asesinados— cuenta que en Coahuila se produjo uno de sus pocos éxitos: Los Zetas, señalados como el cartel más sanguinario de México, fueron derrotados por las fuerzas de seguridad del Estado, entre ellas una policía de élite con entrenamiento militar y varios exintegrantes del Ejército y la Marina en sus filas, que en aquel momento ya se había rebautizado como Grupo de Armas y Tácticas Especiales (GATE).

Desde entonces, dicen las autoridades, ningún grupo del crimen organizado controla esta parte de la frontera. Cuando se ha pedido entrevista con ellas, la respuesta en todos los casos, a excepción de la comisión de búsqueda, ha sido el silencio.

“En Coahuila te pueden decir que no hay cartel. En Coahuila esos cabrones (los policías de élite) son el cartel”, dice Sebastián, que cuenta su pasado de cinco años con los GATE como una sucesión de tráfico de armas y drogas, enfrentamientos fingidos, escenas de crimen alteradas y extorsión, secuestro y tortura de los coyotes que cruzan migrantes a Estados Unidos.

Durante los últimos diez meses este periodista ha entrevistado a cuatro exintegrantes del GATE, 12 agentes que trabajaron en Piedras Negras desde 2008, algunos de ellos todavía en activo, exempleados de la fiscalía y la comisión de derechos humanos, abogados, familiares de víctimas de desaparición y ha tenido acceso a documentos oficiales, carpetas de investigación y la información de más de 100 solicitudes vía transparencia. Nombrar sin ser nombradas es la condición de casi todas las fuentes para hablar sobre el grupo de élite de la policía. Todas ellas lo llaman “cartel”.

predio-003
Osvaldo cuenta los disparos en lo que señala como un “paredón”. El terreno donde está esta pared es parte de los predios que la Comisión de Búsqueda del estado de Coahuila tiene catalogado como lugar donde se presumen de inhumación ilegal. Fotógrafo: Valente Rosas

Los Zetas y la policía

Una tarde de 2009, los jefes de Jacobo, un policía municipal de Piedras Negras, le pidieron que dejara su arma y su teléfono en la comisaría y se subiera a una patrulla que lo llevaría hasta la zona conocida como “El Laguito”. Cuenta que a las cuatro de la tarde él y una veintena más de policías estaban parados en un camino de terracería cuando comenzaron a aparecer camionetas Yukon y Suburban de las que descendieron hombres armados y encapuchados. Uno de ellos, que no pasaba el 1,70 de estatura, anunció que era el nuevo jefe de Los Zetas en la zona y que le debían informar de cualquier movimiento.

Desde que entró a trabajar en 2008 en la policía, a Jacobo le llegaba cada mes un sobre amarillo que contenía entre 2,500 y 3,000 pesos, lo equivalente a la mitad de su sueldo, un soborno que aumentaba de acuerdo con la jerarquía dentro del cuerpo.

“Yo llegué en su apogeo [de Los Zetas]. O sea, tú no podías hacer nada porque… no te regañaba tu jefe, te llevaban con ellos”, dice.

En varias ocasiones Jacobo escuchaba en la radio a un compañero pidiendo refuerzos y sus superiores le ordenaban no hacer nada. En otras lo vio en directo, como el día que un superior llegó a una colonia de Piedras Negras cuando un grupo de policías tenía hincados a dos supuestos delincuentes. “Nos gritó ‘cuatro nueve, cuatro nueve, no accionen’”, dice. Según su relato, la escena continuó con los detenidos poniéndose de pie; uno de ellos dándole un culatazo con una pistola a un agente, que empezó a chorrear sangre. Los dos yéndose tranquilamente.

Cuatro expolicías que trabajaban en Piedras Negras durante aquella época concuerdan en que salieron de la academia pensando que debían servir a los ciudadanos, pero lo que hacían era servir al crimen. Informaban detalladamente sobre cualquier movimiento, recibían sobornos y hasta liberaban a integrantes de Los Zetas. Ninguno trabajó para un superior que no estuviera en la nómina del cartel.

“Nos usaban (Los Zetas) como corporación. Levantábamos gente y la entregamos y ya se los llevaban”, dice uno de ellos.

El relato de mando único criminal que cuentan los agentes es muy similar a las declaraciones que los integrantes de los Zetas ofrecieron entre 2013 y 2016 cuando fueron juzgados y sentenciados en tribunales de Texas, Estados Unidos, por tráfico de drogas y armas y lavar dinero en carreras de caballos: cooptación de la policía, de la fiscalía, de las autoridades penitenciarias y de políticos de Coahuila para actuar con total impunidad.

reten-022.jpg
Solo desde 2014, de acuerdo con el libro de gobierno de la zona norte de Coahuila —un registro del ministerio público— al que ha tenido acceso este periodista, hay al menos 256 casos abiertos contra la policía de élite: amenaza, robo, allanamiento, secuestro, desaparición y homicidio. Fotografía: Valente Rosas

Un empresario que tenía un negocio en Piedras Negras en 2010 recuerda cómo Los Zetas comenzaron a secuestrar a propietarios de bares y restaurantes ante la inacción de la policía. Muchos nunca regresaron.

En abril de ese año Daniel Hernández, dueño del bar “Iguanas”, recibió una llamada de su padre para decirle que afuera de su casa había estacionadas dos camionetas. Hernández avisó a su esposa de que iría a ver qué pasaba y después pasaría por ella. Nunca llegó a la cita. La esposa recuerda que recibió llamadas desde el teléfono de uno de los secuestradores. En esas comunicaciones Daniel Hernández le explicó que había otros empresarios junto a él, que el jefe de Los Zetas había sido traicionado y estaba buscando las conexiones. Después de unas semanas, las llamadas cesaron.

Para ese entonces ya había evidencia de que la masiva salida de soldados de los cuarteles ordenada por el expresidente Felipe Calderón estaba fracasando. Los homicidios en México se habían duplicado respecto a 2006, el año de inicio de la guerra contra el narcotráfico —de 10,000 a 25,000. Pero eso no detuvo la militarización. En estos últimos 15 años, según información obtenida vía transparencia, diez estados han firmado 34 convenios de colaboración con el ejército en materia de seguridad pública. Al menos 12 han creado policías de élite a imagen y semejanza del GATE. Todos ellas tienen quejas ante las comisiones de derechos humanos locales. La de Nayarit, creada en 2010, recibió capacitación en las instalaciones del 92 batallón de infantería en Jamay, Jalisco. La de Baja California Sur llegó a recibir clases de tácticas de intervención de la Policía Nacional Francesa.

En Coahuila, 2009 fue el año en el que el entonces gobernador, Humberto Moreira, implementó varias novedades en la estrategia de seguridad.

Pidió a funcionarios norteamericanos del FBI, la ATF, la DEA y el ICE, el fortalecimiento de la relación para el entrenamiento de policías de Coahuila, de acuerdo con comunicados en Wikileaks entre el cónsul de Monterrey y Homeland Security. Algunos policías entrevistados conservan todavía diplomas y certificados de sesiones de trabajo con sus colegas estadounidenses.

Puso en marcha el “Modelo Coahuila”, que duró poco más de un año y acabó con 16 militares en diferentes mandos de la seguridad pública.

En agosto, Armando Luna Canales, entonces secretario de Gobierno, presentó a la policía de élite, bautizada como Grupo de Reacción Inmediata. De 700 aspirantes, solo 100 fueron admitidos. Apenas 56 acabaron el curso.

"Hoy tenemos en el país nuevos retos; vivimos situaciones que nunca antes habíamos tenido, y ustedes son la respuesta a esos desafíos porque están mejor capacitados para tareas que antes no hacíamos, y están mejor preparados no sólo físicamente, sino anímica y emocionalmente”, dijo Canales.

Después de que este periodista pidiera una entrevista con Humberto Moreira, desde la oficina del exgobernador contestaron con la siguiente declaración: “Cuando fui gobernador las direcciones de las corporaciones de la policía estuvieron a cargo de militares, en su mayoría en retiro. La corporación a la que se refiere (la policía de élite) existía, pero era muy reducida. En el siguiente sexenio se despidió a los generales y se dio mayor poder a ese grupo que después se convirtió en Fuerza Coahuila. Yo creo que la persona indicada sería el que sucedió en el cargo".

Su sucesor en la gubernatura fue su hermano, Rubén Moreira, quien actualmente es presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados. Se buscó su postura a través de comunicación social del Partido Revolucionario Institucional (PRI), sin respuesta.

A partir de 2011, la violencia se desató en Coahuila.

En marzo de ese año se perpetró la matanza de Allende, donde Los Zetas secuestraron, mataron y desaparecieron a 300 personas después de una traición interna y un operativo fallido con participación de la DEA. En septiembre de 2012, 132 reos se fugaron del penal de Piedras Negras, un lugar usado por Los Zetas para entrenar sicarios, desaparecer personas y operar la zona de la frontera. El 3 de octubre la policía de élite mató a un sobrino de Miguel Ángel Treviño, uno de los líderes de Los Zetas. Horas más tarde, Los Zetas mataron al hijo de Humberto Moreira, en Acuña, otra ciudad fronteriza a una hora de distancia de Piedras Negras. Una semana después, Heriberto Lazcano, jefe de Los Zetas, moría en un enfrentamiento con la marina en otro municipio de Coahuila. Su cuerpo sería robado de la funeraria local.

Al tiempo que Los Zetas se debilitaban y se convertían en un grupo desarticulado y con menos poder, la presencia de la policía de élite comenzaba a ser más habitual en las calles de Piedras Negras. A partir de finales de 2012 los habitantes de la ciudad se acostumbraron a ver a estos agentes patrullando a bordo de camionetas negras sin placas. Un tiempo después el nombre GATE estaba impreso en las puertas. Algunos de estos policías portaban en sus chalecos y sus fusiles el estandarte de una calavera, un símbolo que con cambios de diseño ha permanecido hasta hoy como su distintivo informal.

trabajo-especial-coahuila-001
Desde la creación de esta corporación han tenido como distintivo informal una calavera. Los elementos lo usan sobre sus armas, cartuchos y parches en su uniforme. Fotografía: Valente Rosas

Jacobo acabó huyendo de Piedras Negras. Hoy vive en otro estado, alejado de cualquier tarea policial. Su pasado lo tiene registrado en un USB con documentos y fotografías sobre desapariciones y asesinatos. En un momento de la conversación da doble clic en una de las carpetas de la memoria y comienza el relato en el mismo tono de quien repasa un álbum familiar. Hay fotos de personas que sus jefes le pidieron ejecutar para tener el control de la plaza. Otras de excompañeros que traficaban droga. De víctimas que después de ser torturadas acababan en el río. De cuerpos puestos con mantas para atribuir el asesinato a Los Zetas cuando los autores habían sido los gates.

El control de la frontera silenciada

Un mes antes de palpar el muro lleno de impactos de bala, Osvaldo Martínez estaba en prisión. La policía estatal lo acusó de robar un hacha. Él alega que pertenecía a su esposa. Pasó algo más de medio año en una celda. En la cárcel, se consuela, al menos pudo frecuentar a uno de sus hijos, que lleva dos años encarcelado acusado por otro robo a pesar de que el testimonio de un sentenciado por ese delito lo exonera.

El 27 de mayo de 2014, según la carpeta de investigación, un grupo de gates secuestró afuera de su casa a Billy, que entonces tenía 19 años. Una hora después, uno de sus hermanos fue a buscarlo al palacio de justicia, pero le dijeron que no estaba ahí. Otra hora después, una camioneta negra con rótulos blancos en los que se leía GATE fue a la casa de Osvaldo Martínez. Tres policías bajaron del auto, apuntaron contra él y le dijeron que dejara de estar preguntando. Un disparo al auto familiar fue la última advertencia antes de marcharse.

A pesar de las amenazas, la familia Martínez decidió denunciar a la policía de élite ante la fiscalía y la comisión de derechos humanos.

Lizbeth, la hija de Osvaldo Martínez, recuerda que dos años después, cuando era menor de edad, un grupo de policías la metieron con su padre en una patrulla. En la comisaría a él lo desnudaron y lo empezaron a golpear con una tabla. A ella la obligaron a mirar cómo torturaban a su padre.

Entre 2011 y 2013 empezaron a llegar quejas sobre el GATE y otros grupos similares del estado como “Cobra” y “Grom” a la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Coahuila (CDHC),

“Los acusaban de uso excesivo de la fuerza, accionaban armas de fuego. Llegamos a conocer ejecuciones sin que hubiera un motivo para realizar los disparos. Las quejas eran constantes. Que se metían a las casas a la fuerza. Que se llevaban a gente detenida. Los que aparecían con vida eran puestos a disposición con droga, con armas de fuego, e inclusive, a algunos los desaparecieron”, recuerda un funcionario que trabajaba en el centro durante aquella época.

predio-017
Miembros de la Asociación Civil, Familias Unidas, buscan un árbol como referencia de Roberto, ex policía de reacción, sobre dónde enterraron el cuerpo del civil que mataron unos años atrás. Fotografía: Valente Rosas

Rubén Moreira había sucedido a su hermano como gobernador de Coahuila. El presidente de la CDHC era Armando Luna Canales, secretario de Gobierno con Humberto Moreira. El hombre que había presentado en sociedad a la policía de élite ahora era el máximo responsable de decidir sobre las quejas contra ella.

Otro trabajador del centro asegura que en aquellos años sus jefes llegaron a pedirles que dejaran de levantar tantas quejas en contra de la fiscalía y del GATE. “Lo decían los superiores que teníamos en ese momento. En una reunión que llegamos a tener nos dijeron que ‘vamos a tratar de apoyar al gobernador, en ese sentido vamos a tratar de no levantar tantas quejas’”.

En 2013 Luna Canales regresó a la secretaría de Gobierno. Las quejas ante la CDHC aumentaron. En un año se duplicaron (512) y en 2019 marcaron su máximo: 758. En total la comisión ha recibido 5,758 quejas sobre los policías de élite. Las recomendaciones, donde la CDHC sí señala directamente a las autoridades de violar los derechos humanos, también se incrementaron.

De acuerdo con el libro de Gobierno sobre policías especiales al que esta investigación tuvo acceso, de 2013 a 2015 hubo solo 11 denuncias, para 2015 fueron 58. En 2017, alcanzaron las 90. La mayoría fueron por tortura, pero también por allanamiento de morada, homicidio y desaparición forzada.

La abogada Ariana García del Bosque, quien acompaña el caso de Billy, y es asesora jurídica en la Asociación Civil Familias Unidas en la Búsqueda y Localización de Personas Desaparecidas, comenzó a escuchar en 2013 sobre varios casos de desaparición forzada. Al poco de investigar, descubrió que quien estaba detrás de muchos de ellos eran los policías que patrullaban en camionetas negras. En su archivo guarda 168 investigaciones por desaparición forzada que apuntan a diferentes autoridades: 118 personas fueron localizadas con vida, ocho muertas y 42 continúan desaparecidas. El último caso de desaparición que acompaña ocurrió hace apenas tres meses.

García del Bosque se ha convertido en una de las pocas voces públicas de denuncia en una ciudad silenciada. Eso le ha valido para recibir amenazas de la policía y vivir con una escolta que la acompaña a todos lados desde que el 14 de abril de 2015 la Comisión Nacional de Derechos Humanos le otorgara medidas de protección.

“Es evidente que hay una estructura (policial) que está soportada por el Estado. Las maniobras que están realizando no son en aras de la protección, sino en aras de un control de la delincuencia. Y este control tiene que ver con el trasiego mismo y distribución del narcótico, y el control del paso de los migrantes a los Estados Unidos”, dice con determinación. “Este mecanismo lo están implementando para actos ilícitos. Hay un grupo de policías estructurado, con un poder, con protección e impunidad, creado desde el propio Estado… ¿Para qué? Esa es la pregunta… ¿Cuál es el objeto del aparato del Estado? Para mí la respuesta es para seguir sosteniendo el poder”.

predio-024
Ariana García del Bosque, abogada y representante legal de Familias Unidas, ha presentado al menos 168 denuncias de desaparición forzada atribuidas a la corporación policiaca y otras autoridades desde 2013 a 2021. Fotografía: Valente Rosas

Roberto, el exgate que asegura haber enterrado un cuerpo en la hacienda del muro, define a sus excompañeros como “el cartel de la zona” por cuatro razones:

Trasladan armas como criminales.

Tienen puntos de venta de drogas como crimen.

Trabajan en conjunto con criminales a los que les prestan uniformes.

Torturan, secuestran, matan y desaparecen personas como criminales.

Su carrera comenzó en la policía municipal de la ciudad de Torreón, la segunda en importancia de Coahuila, cuidando parques. Al poco tiempo empezó a extorsionar pequeños negocios como pollerías o tortillerías. Un día sus superiores lo llamaron a su despacho. Él creía que lo iban a correr por corrupto, pero le ofrecieron entrar al GATE.

La primera generación de la policía de élite fue adiestrada por un español, José Ortíz Rodríguez, que se hacía conocer como ‘Odín’. De acuerdo con diversos testimonios de policías y la prensa local, era un especialista en contrainsurgencia. A Roberto lo entrenaron exmilitares mexicanos.

“Era más disciplina, era más estrés. Primero era puro psicológico. ‘¿Qué estás haciendo aquí? Eres una porquería. Que deberías estar en tu casa’. Ya después es pura resistencia física. No te dejan dormir. Te levantan a las cinco de la mañana, había un frío... Te ponen a correr, te meten hasta el cerro descalzo, te mojan. O sea, así de que tienes que aguantar, tienes que aguantar, hacen que llores, que te revuelques”, recuerda sobre su periodo de entrenamiento de seis meses. Dice que de los 50 compañeros de su su generación al menos 20 eran exmilitares y dos exmarinos.

Los gates hacían operativos en toda la frontera de Coahuila, en los municipios de Hidalgo, Guerrero, Piedras Negras y Acuña. En sus seis años en el grupo, había días en que Roberto buscaba en las brechas, cerros y rancherías a las afueras de Piedras Negras lugares para que la policía enterrara a sus víctimas. A veces encontraban tambos metálicos donde Los Zetas deshacían personas en ácido.

Otros días se dedicaba a las drogas: “A los mojados los ponían, los obligaban. Y eso sí me tocó. Hasta los llevaron a torturar. Bueno, los torturamos para que vendieran droga. Se la dábamos y ya y los poníamos en puntos de Piedras Negras. O los poníamos en puntos en Acuña, o los mandábamos a que nos dijeran quién estaba vendiendo”.

reten-012
Los elementos de la Policía Estatal detienen un camión camino a Ciudad Acuña para pedir documentos a los pasajeros. Los policías sin mostrar la cara piden nombre y apellido. Esta corporación ha tenido quejas por extorsión a personas en ese tipo de retenes. Fotografía: Valente Rosas

En un par de ocasiones, también presenció cómo algunas camionetas del grupo llegaban con “armas decomisadas” desde los municipios más lejanos, pegados con los estados vecinos de Monterrey y Tamaulipas, saltándose cualquier protocolo y sin avisar a nadie. “Eran armas sin número de serie y con tierra porque acababan de ser desenterradas”.

En ese tiempo, Alejandro, quien llevaba más de diez años dentro de la policía estatal de Coahuila, empezó a notar que los gates operaban de forma distinta. “Estábamos en una reunión y reportaron un enfrentamiento, un grupo operativo de aquí de Coahuila (el GATE) estaba de responsable de turno. Y mando a mis elementos a que fueran a verificar. Cuando llegaron ya no nos gustó porque eran unas personas que no traían armas y, a las horas, sin que nos dejaran arrimar, ya habían aparecido con armas en las manos. Estaban ya trabajando como no debe ser”.

Lucía, otra policía estatal, presenció algo similar en un código rojo: un aviso que se activa ante un suceso importante y al que tienen que acudir todas las policías. En aquella ocasión, dice, miembros del GATE mataron a tres personas.

“Una de ellas, por lo que yo tenía de información, sí se dedicaba al tráfico de personas, pero las otras dos no. Una trabajaba en Rassini, de hecho, traía la camisa de la empresa, y otro chavo, también traía una de otra fábrica. Se acordonó el área y todo y me tocó ver que les ponían las armas, porque ellos no traían armas, no traían armas. Entonces, por así decirlo, les sembraron las armas para quitarse de problemas”.

—¿De dónde habían sacado las armas? —, se le pregunta.

—De los mismos decomisos—, responde Lucía. Ellos se dedicaban, más que nada, a eso: a las armas, a la droga. Cuando ponían droga (presentaban un decomiso ante el Ministerio Público), agarraban droga, cuando ponían armas, tomaban armas.

El GATE nació sin una regulación. En junio de 2014 se publicó la Ley Orgánica de la Comisión Estatal de Seguridad del Estado de Coahuila que reguló su creación, aunque sin precisar sus funciones y organización. Pero según 12 testimonios de policías, la corporación seguía funcionando bajo sus propias reglas.

Desde 2009 la policía de élite se ha llamado Grupo de Armas y Tácticas Especiales, luego Fuerza Coahuila, después Policía de Acción y Reacción, Policía Especializada de Coahuila, Policía Civil de Coahuila, y ahora Policía Estatal. Lo que no ha cambiado en los últimos años, según la abogada, exintegrantes de la corporación, policías en activo, víctimas de desaparición, informes académicos, testimonios de los Zetas, documentos oficiales y carpetas de investigación es que cualquier actividad ilegal pasa por ellos.

Lizbeth Martínez lo resume así: “Ellos tienen el control”.

Las autoridades, sin embargo, siempre lo han negado.

En 2015, varios medios de comunicación publicaron un vídeo en que se veía cómo elementos del GATE, acompañados de militares, ejecutaban a una persona en un auto. La respuesta del entonces secretario de Gobierno de Coahuila, Víctor Zamora, fue acusar a los medios de servir de vehículo de una campaña de desprestigio contra el grupo policial.

“Todos los videos que se han presentado de los gates son falsos, ya los analizamos. Hay una campaña de Los Zetas y seguidores contra los grupos tácticos de Coahuila, yo no sé si quieren que regrese el crimen organizado al estado y que no podamos salir a las calles como lo hacíamos antes”, dijo Zamora.

El 23 de enero de ese año, Lorenzo Alexander, un chico de 16 años, apareció muerto con un disparo en la cabeza a las afueras de Piedras Negras, dos días después de su desaparición. Su padre, Lorenzo Menera, presentó una denuncia directa contra el GATE por el asesinato de su hijo después de que unos policías le dijeran que el grupo había sido el responsable.

Como la familia Martínez, Lorenzo Menera también denuncia que sufrió hostigamientos por señalar al GATE. En su caso, dice, destrozaron su rancho.

par-001
Lorenzo Menera sostiene la foto de su hijo Alexander quien murió en enero del 2015. A seis años de distancia Lorenzo sostiene que los asesinos son elementos del Grupo de Armas y Tácticas Especiales (GATE). Fotografía: Valente Rosas

Menera se convertiría en un apellido público en Piedras Negras. Lorenzo padre se presentó a las elecciones por la presidencia municipal, que perdería contra Sonia Villarreal, la actual secretaria de Seguridad Pública de Coahuila. El otro integrante de la familia que alcanzaría publicidad fue Juan Nelcio Espinoza Menera, el primo de Lorenzo hijo.

Desde que su primo fue asesinado, Juan Nelcio se dedicó a recorrer Piedras Negras por las noches en su propio auto, ataviado con carteles de “prensa”, para hacer transmisiones en vivo sobre detenciones de policías, balaceras, asaltos, ejecuciones. “El Valedor”, como era conocido, tenía una página en Facebook con más de 150 mil seguidores.

El 21 de agosto de 2020, Juan Nelcio transmitió por última vez. El vídeo duró una hora y 22 minutos. Las últimas escenas que grabó su cámara muestran a miembros de la policía de élite de Coahuila afuera de una tienda de conveniencia. “Siguen llegando unidades a toda velocidad... Si algo llegase a pasar en este tiempo se lo vamos a dar a conocer… Dios me los bendiga, Dios me los guarde. Gracias a todos. Valedor Tv”, relata Juan Nelcio.

Horas más tarde la Fiscalía General del Estado de Coahuila emitió un comunicado anunciando que Juan Nelcio había sido detenido por agresión contra elementos de seguridad y que cuando era trasladado al Ministerio Público presentó dificultades para respirar y murió.

“Conociendo el actuar de este narcogobierno, pues, yo decidí contratar un perito médico forense particular. Y yo, con mi hermano, quería ver el cuerpo tal como estaba. Y pudimos constatar como estaba torturado”, dice Lorenzo Menera.

Un año más tarde la organización Artículo 19 agregó a “El Valedor” a la lista de periodistas asesinados al confirmar que hubo tortura por autoridades estatales.

trabajo-especial-coahuila-029
Elementos de los Gates describen que también extorsionan a los coyotes para dejarlos trabajar. Si no lo hacían los detenían y los torturaban. Fotgrafía: Valente Rosas

Un día de mayo de 2021, a unos metros del letrero que da la bienvenida al estado de Coahuila había un retén de camionetas blindadas de color negro con el logo de Fuerza Coahuila. Los policías tenían cubierta la cara y en su uniforme, en el arma y los cartuchos lucían una calavera. Unos kilómetros más adelante, había un retén militar.

En Coahuila, según Ricardo Martínez Loyola, comisionado estatal de búsqueda, anualmente hay entre 56 y 90 casos de desaparición. Los años con más casos se registran durante la época de dominio de Los Zetas, pero desde 2014 se mantienen. “Ahora mismo hemos advertido en la región norte que muchos casos tienen que ver con detenciones que se realizan por fuerzas de seguridad”, dice Loyola.

Si uno sigue la misma carretera, siempre paralela a la frontera con Texas, hasta entrar en el estado de Tamaulipas, otro de los emblemas de la violencia de estos 15 años de guerra contra el narcotráfico en México, son 144 kilómetros de línea recta en los que los puestos de las autoridades desaparecen. Es común que desde el desierto salgan camionetas con gente vestida con ropa de camuflaje para vigilar los coches que circulan. En esta misma zona, en el pueblo de Villa Unión, el 30 de noviembre de 2019 un comando con al menos 60 civiles armados pertenecientes al Cartel del Noroeste, una escisión de Los Zetas, se enfrentaron con policías estatales. Murieron al menos 24 personas.

A pesar de todas las denuncias acumuladas en estos 12 años, sobre todo después de que Los Zetas dejaran de controlar el territorio, la policía de élite sigue siendo una de las fuerzas más visibles en esta zona de la frontera con Estados Unidos como hace siete años, cuando Roberto traficaba droga y enterró a una persona después de asesinarla.

En el terreno del muro, Osvaldo Martínez arrastra una varilla mientras reflexiona sobre los siete años de búsqueda de su hijo Billy. “Mi esposa anduviera aquí, pero como no aguanta, llora y llora… adónde vaya”, dice. “Yo volteo a todos lados porque tengo miedo, pero a la vez ya no tengo miedo de irme”. Su caminar lento enmarca su tono resignado cuando habla de la policía: “Se vuelven un monstruo y pos… se hacen elefantes y ya no los mueven”.

El terreno a las afueras de la ciudad de Piedras Negras está señalado en varias carpetas de investigación como una zona de inhumación ilegal. Esta construcción quedó en obra negra y las paredes son la entrada a lo que sería una caballeriza. Fotografía: Valente Rosas

Una Guerra Adictiva es un proyecto de periodismo colaborativo y transfronterizo sobre las paradojas que han dejado 50 años de política de drogas en América Latina, del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), Dromómanos, Ponte Jornalismo (Brasil), Cerosetenta y Verdad Abierta (Colombia), El Faro (El Salvador), El Universal y Quinto Elemento Lab (México), IDL-Reporteros (Perú), Miami Herald / El Nuevo Herald (Estados Unidos) y Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP).

A Criminal Group Called the Police

On the border between the Mexican state of Coahuila and the United States, the official story is that no organized criminal group has controlled the region since State forces weakened the Los Zetas cartel nearly a decade ago. However, police testimonies, investigation files, and official documents show how members of the elite police, a force created to combat Los Zetas, traffic weapons, drugs, and people and extort, kidnap, torture, and kill. The so-called war on drug trafficking in Mexico turns fifteen with a record number of military officers in the streets and murders in the country. This is the story of a police force with military training and several former members of the Army and Navy who inherited control of the illegal business of a cartel founded by former elite military officers.

Íñigo Arredondo - El Universal

test
Former police members point to their former colleagues as "the cartel of the area" for four reasons. They move weapons like criminals. They run drug outlets like criminals. They work in conjunction with criminals to whom they lend uniforms. They torture, kidnap, kill and disappear people as criminals. Photo: Valente Rosas

Paradojas

January / 12 / 2022

Osvaldo Martínez touches a wall to analyze some of the fifty bullet holes splattered on it. His son Billy disappeared seven years ago and in his search, in addition to being kidnapped and tortured by the police, he has learned about weapons. “It’s a huge wall,” he concludes assuredly as he scrapes the concrete with his fingers.

The wall is part of the entrance of a half-built stable. It is located on a hacienda on the outskirts of Piedras Negras, a city on the border with the United States that owes its name to deposits of coal and its fame to violence and the trafficking of drugs, migrants, and weapons.

Los Zetas, the criminal group founded by former elite Mexican army members that controlled the region until 2012, used this site as a mass grave.

The group of elite Coahuila state police, created to combat the cartel, has also used it to dispose of the bodies of its own victims, according to the testimonies of former police officers, neighbors of the estate, and the state prosecutor’s investigation files, among them Billy’s.

Roberto, a former member of this police command, notes in an interview that he and other agents killed a man in cold blood at a checkpoint in 2014; they buried him under that land so that the Zetas’ past massacres would camouflage the current police killings.

“They were two armed thugs and they were carrying drugs, but it was for their own consumption. We grabbed the other one and put him in custody. And the one we shot [in the shoulder], well, we killed him," says Roberto, who asks to remain anonymous because he fears that his former colleagues will execute him.

Osvaldo Martínez and four other relatives of the disappeared find shreds of cloth, piles, disturbed earth, and an open ditch on the dry grass. Some curious neighbors approach to ask what a group of people is doing on the estate this morning in October 2021; for years, the only thing they have witnessed there is people throwing bodies away at night.

Billy's case is just one of more than 100 complaints of forced disappearance attributed to this group that attorney Ariana García del Bosque, legal advisor to many victims, has filed with the prosecutor's office. Since 2014 alone, according to the government book on the northern zone of Coahuila, a record from the public prosecutor's office reviewed by El Universal, there are at least 256 open cases against the elite police: threats, robberies, break-ins, kidnappings, disappearances, and murders.

The official story of the so-called war on drug trafficking — which turns 15 years old with a record number of military officers in the streets and nearly 400,000 murdered — says that Coahuila was one of its few successes: Los Zetas, considered the most bloodthirsty in Mexico, were defeated by state security forces, among them an elite police force with military training and several former members of the Army and Navy in its ranks, which by that time had already been renamed the Special Weapons and Tactics Group (Grupo de Armas y Tácticas Especiales), more commonly known by its acronym GATE.

Since then, the authorities say, an organized criminal group has not controlled this part of the border. When asked for an interview, their response in all cases, except for the search committee, has been silence.

“In Coahuila they can tell you that there’s no cartel. In Coahuila, those bastards [the elite police] are the cartel,” says Sebastián, who recounts his five-year past with the GATE as a succession of trafficking weapons and drugs, feigned confrontations, altered crimes scenes and extortion, kidnapping, and torture of the coyotes who bring migrants across the border into the United States.

Over the past ten months, El Universal interviewed four former GATE members, 12 agents who worked in Piedras Negras since 2008, some of whom are still active, former employees of the prosecutor’s office and the human rights commission, lawyers, and relatives of the disappeared. El Universal also accessed official documents, investigation files, and information from more than one hundred public information requests. For almost all of the sources, the condition for talking about the elite police force has been naming without being named. They all call it a “cartel.”

predio-003
Osvaldo counts the shots in what he points out as a "firing wall". The plot of land where this wall is located is part of a property that the Search Commission of the state of Coahuila has catalogued as a place where illegal burials are presumed to have taken place. Photographer: Valente Rosas

Zetas and the Police

One afternoon in 2009, Jacobo’s bosses, the Piedras Negras municipal police, asked him to leave his weapon and telephone at the station and get into a patrol car that would take him to an area known as “El Laguito” (“the Little Lake”). He recounts that at four o’clock in the afternoon he and some twenty more police officers were standing in an unpaved road when Yukon and Suburban vans began to appear and armed, hooded men got out. One of them, who was not much taller than 1.70 meters, announced that he was the new head of the Zetas in the region and that they should inform him of any movement.

Since he joined the police force in 2008, each month Jacobo received a yellow envelope that contained between 2,500 and 3,000 pesos, the equivalent of half his salary, a bribe that increased according to hierarchy within the organization.

"I arrived at the height [of the Zetas]. I mean, you couldn't do anything because... your boss didn't scold you; they took you with them," he says.

On various occasions, Jacobo heard a colleague asking for reinforcements and his superiors ordered him not to do anything. On other occasions, he saw it directly, like the day a superior arrived in a Río Piedras neighborhood when a group of police officers had two alleged criminals down on their knees. "He yelled at us 'four nine, four nine, don't act,'" he says. According to his account, the scene continued with the detainees standing up; one of them pistol-whipped an officer, who began to gush blood. The two left calmly.

Four former police officers who worked in Piedras Negras during that period agree that they left the academy thinking that they should serve the citizens, but what they were doing was serving crime. They reported in detail about any movement, received bribes and even freed members of the Zetas. None of them worked for a superior who was not on the cartel’s payroll.

"They [the Zetas] used us as an institution. We would pick people up and hand them over and they would take them away," said one of them.

The single story of criminal command that the agents tell is very similar to the statements that Zetas members offered between 2013 and 2016, when they were tried and sentenced in Texas for drug and arms trafficking and money laundering through horse races: co-opting the police, the prosecutor's office, prison authorities and politicians in Coahuila in order to act with total impunity.

reten-022.jpg
Since 2014 alone, according to the government book of the northern region of Coahuila - a record of the public prosecutor's office - to which this journalist has had access, there are at least 256 open cases against the elite police covering threats, robbery, burglary, kidnapping, disappearance and homicide. Photo: Valente Rosas

A business owner with a business in Piedras Negras in 2010 remembers how the Zetas began to kidnap the owners of bars and restaurants amid police inaction. Many never returned.

In April of that year, Daniel Hernández, the owner of “Iguanas” bar, received a phone call from his father telling him that two vans were parked outside his house. Hernández told his wife that he would go to see what was going on and then pick her up for a date. He never arrived. His wife remembers that she received calls from the phone of one of his kidnappers. In those communications, Daniel Hernández explained to her that there were other business owners with him, that the head of Los Zetas had been betrayed and he was looking for connections. After a few weeks, the phone calls stopped.

By then, there was already evidence that the massive withdrawal of troops from the barracks ordered by former president Felipe Calderón was failing. Murders in Mexico had doubled — from 10,000 to 25,000 — since 2006, the year the war on drug trafficking began. But that didn’t stop the militarization. In the last 15 years, according to information obtained through public information requests, ten states have signed 34 cooperation agreements with the Army on matters of public security. At least 12 have created elite police forces in the image of the GATE. They all have complaints before local human rights commissions. The Nayarit force, created in 2010, received training at the 92nd infantry battalion’s facilities in Jamay, Jalisco. The Baja California Sur force even received intervention tactics classes from the National French Police.

In 2009, then-governor Humberto Moreira implemented several innovations in Coahuila’s security strategy.

He asked North American officials from the FBI, ATF, DEA and ICE to strengthen the relationship and train Coahuila police officers, according to communiqués between the Monterrey consulate and Homeland Security on WikiLeaks. Some police officers interviewed still have their diplomas and certificates from work sessions with their US colleagues.

The governor launched the “Coahuila Model,” which lasted little more than a year and ended with 16 military officers in different public security commands.

In August, Armando Luna Canales, then the state Secretary of the Interior, introduced the elite police, then called the Immediate Reaction Group. Out of 700 applicants, only 100 were admitted. Only 56 finished the course.

“Today, the country has new challenges; we are living through situations that we never had before, and you are the answer to these challenges because you are better trained for tasks that we didn’t do before, and you are better prepared not only physically, but mentally and emotionally,” Canales said.

When El Universal requested an interview with Humberto Moreira, the former governor’s office answered: “When I was governor, the directors of the police institutions were in charge of the military officers, the majority of them retired. The institution to which you refer [the elite police] existed, but it was very small. In the next governor’s administration, the generals were fired and more power was given to the group that later became the Coahuila Force [Fuerza Coahuila]. I believe the appropriate person [to speak to] would be my successor.”

His successor as governor was his brother, Rubén Moreira, the current president of the Chamber of Deputies’ Political Coordination Board. We sought his position through the Institutional Revolutionary Party’s (PRI) communications office but received no response.

Violence broke out in Coahuila starting in 2011.

March of that year marked the Allende massacre, in which the Zetas kidnapped, killed, and disappeared 300 people after an internal betrayal and a failed operation in which the DEA participated. In September 2012, 132 prisoners fled from Piedras Negras prison, a place used by the Zetas to train hitmen, disappear people and run the border area. On October 3, the elite police killed the nephew of Miguel Ángel Treviño, one of the leaders of the Zetas. Hours later, Los Zetas killed Humberto Moreira’s son in Acuña, another border city an hour away from Piedras Negras. A week later, Heriberto Lazcano, head of Los Zetas, died in a confrontation with the navy in another municipality in Coahuila. His body was stolen from the local funeral home.

As Los Zetas grew weaker and became a disjointed group with less power, the elite police’s presence in the streets of Piedras Negras became more common. At the end of 2012, the city’s residents grew accustomed to seeing these agents patrolling the streets in black vans without license plates. Later, the name GATE was printed on the doors. On their vests and rifles, some of these police officers wore the badge of a skull, a symbol that to this day — with some design changes — is its informal emblem.

trabajo-especial-coahuila-001
Since the creation of this institution, they have had a skull as an informal badge. Members wear it on their weapons, cartridges and patches on their uniform. Photograph: Valente Rosas

Jacobo fled Piedras Negras. Today he lives in another state, far removed from any police work. He has his past recorded on a USB drive with documents and photographs of disappearances and murders. At one point in the conversation, he double clicks on one of the files on the flash drive and begins the story in the same tone as someone going through a family album. There are photos of people his bosses asked him to kill in order to have control of the plaza. Others of former colleagues who trafficked drugs. Of victims who, after being tortured, ended up in the river. Of bodies placed on blankets in order to attribute the murder to Los Zetas when the perpetrators had been GATE officers.

Control of the Silenced Border

A month before touching the bullet-riddled wall, Osvaldo Martínez was in prison. The state police accused him of stealing an ax. He claims that it belonged to his wife. He spent a little over half a year in a cell. In jail, he consoles himself, at least he could spend time with one of his sons, who has been in prison for two years, accused of another theft, despite the exonerating testimony of a person sentenced for the crime.

On May 27, 2014, according to the investigation file, a group of GATE members kidnapped Billy, then 19, outside his house. An hour later, one of his brothers went to look for him at the courthouse but was told he was not there. Another hour later, a black van with white lettering reading “GATE” drove up to Osvaldo Martínez's house. Three police officers got out of the car, pointed at him and told him to stop asking questions. A shot at the family car was the final warning before they left.

Despite the threats, the Martínez family decided to denounce the elite police to the prosecutor's office and the human rights commission.

Lizbeth, Osvaldo Martínez’s daughter, remembers that two years later, when she was a minor, police officers put her and her father in a patrol car. At the police station they stripped him naked and began to beat him with a board. They forced her to watch them torture her father.

Between 2011 and 2013, complaints about the GATE and other similar state groups, like “Cobra” and “Grom,” began to reach the Coahuila Commission on Human Rights (CDHC).

"They accused them of excessive use of force and of using firearms. We came to know about executions without a motive for the shooting. The complaints were constant. They forced their way into houses. They took away people who had been arrested. Those found alive were brought into custody with drugs, with firearms, and some even disappeared," recalls an official who worked at the center during that period.

predio-017
Members of the Familias Unidas civilian group look for a tree as a reference from Roberto, a former reaction police officer, about where they buried the body of the civilian they killed a few years ago. Photo: Valente Rosas

Rubén Moreira succeeded his brother as governor of Coahuila. The president of the CDHC was Armando Luna Canales, the state Secretary of the Interior under Humberto Moreira. The man who had introduced the elite police into society was now the man with the most responsibility for deciding complaints against it.

Another worker from the center says that during those years, their bosses came to ask them that they stop raising so many complaints against the prosecutor’s office and the GATE. “The superiors we had at that time said it. They told us in a meeting that ‘’we are going to try to support the governor, and to that end, we are going to try not to raise so many complaints.”

In 2013 Luna Canales returned to the Ministry of Government. Complaints before the CDHC increased. In one year they doubled (512) and in 2019 they reached their highest: 758. In total the commission has received 5,758 complaints about elite police officers. Recommendations, where the CDHC directly points to the authorities violating human rights, also increased.

According to the government book on special police reviewed by El Universal, there were only 11 complaints from 2013 to 2015; in 2015, there were 58. In 2017, they reached 90. The majority of them were for torture, but there were also complaints for breaking and entering, murder, and forced disappearance.

In 2013, attorney Ariana García del Bosque, who works on Billy’s case and is the legal advisor for the Families United in the Search and Location of Disappeared Persons Civil Association, began to hear about various cases of forced disappearance. Shortly after investigating, she discovered that the police in black vans were behind many of these cases. Her files include 168 investigations of forced disappearance that point implicating different authorities: 118 persons were found alive, eight dead, and 42 are still missing. The latest disappearance case that she is working on occurred just three months ago.

García del Bosque has become one of the few public voices of denunciation in a silenced city, earning her threats from the police and life with a bodyguard who accompanies her everywhere ever since the National Human Rights Commission granted her protective measures in April of 2015.

“It’s evident that there’s a [police] structure supported by the state. The maneuvers that they are carrying out are not in the interest of protection, but in the interest of crime control. And that control has to do with the very trafficking and distribution of drugs, and control of the flow of migrants to the United States,” she says. “This mechanism is being implemented for illicit activities. There is a structured group of police with power, protection, and impunity, created by the state itself… For what? That is the question… What is the purpose of the state apparatus? To me, the answer is to continue to hold power.”

predio-024
Ariana García del Bosque, lawyer and legal representative of Familias Unidas, has filed at least 168 complaints of forced disappearance attributed to the police institution and other authorities from 2013 to 2021. Photo: Valente Rosas

Roberto, the former GATE member who claims to have buried a body on the wall’s property, defines his former colleagues as “the region’s cartel” for four reasons:

They move weapons like criminals.

They have points-of-sale for drugs, like criminals.

They work together with criminals, to whom they lend uniforms.

They torture, kidnap, kill, and disappear people, like criminals.

His career began in the municipal police force of Torreón, Coahuila’s second most important city, where he guarded parks. Soon, he began to extort small businesses like chicken and tortilla shops. One day, his superiors called him into their office. He thought they were going to fire him for corruption but they offered him a place in GATE instead.

The first generation of elite police was trained by a Spaniard, José Ortíz Rodríguez, who became known as “Odín.” According to various police testimonies and the local press, he was a counterinsurgency specialist. Former Mexican military officers trained Roberto.

“It was more discipline; it was more stress. First, it was purely psychological. ‘What are you doing here? You’re trash. You should be at home.’ Then, it is purely physical endurance. They don’t let you sleep. They wake you up at five in the morning, it was cold… They make you run, they have you go up the hill barefoot, they get you wet. That is, you have to take it, you have to take it, they make you cry, they make you wallow,” he recalls of his six-month training period. He says that out of 50 classmates of his generation, at least 20 were ex-military and two former marines.

The GATE officers ran operations all along the Coahuila border, in the municipalities of Hidalgo, Guerrero, Piedras Negras and Acuña. In his six years with the group, there were days when Roberto would search the chasms, hills and ranches outside Piedras Negras for places for the police to bury their victims. Sometimes they would find metal drums where the Zetas would get rid of people with acid.

Other days he focused on drugs: "They planted them on the wetbacks [los mojados], they forced them. And that got to me. They even took them to be tortured. Well, we tortured them so they would sell drugs. We would give it to them and then we would put them in spots in Piedras Negras. Or we would put them in spots in Acuña, or we would send them to tell us who was selling.

reten-012
Members of the State Police stop a truck on the way to Ciudad Acuña to ask for documents from the passengers. The policemen, without showing their faces, ask for first and last names. This institution has had complaints over extortion in this type of checkpoints. Photo: Valente Rosas

On a couple of occasions, he also witnessed some group vans arrive with “confiscated weapons” from the farthest municipalities, right next to the neighboring states of Monterrey and Tamaulipas, skipping any protocol and without letting anyone know. “They were weapons without serial numbers, and they had dirt because they had just been dug up.”

At that time, Alejandro, who had been with the Coahuila state police for over ten years, began to notice that the GATE officers were operating differently. "We were in a meeting and they reported a confrontation. A squad from here in Coahuila (the GATE) was in charge of the shift. I sent my personnel to go check it out. When they arrived we didn’t like it because they were unarmed and, within hours, without letting us approach, they had already appeared with weapons in their hands. They were already working the wrong way."

Lucía, another state police officer, witnessed something similar during a code red. An alert activated because of an emergency to which all police officers must respond. On that occasion, she says, GATE members killed three people.

"Based on the information I had, one of them was engaged in human trafficking, but the other two were not. One worked at Rassini and, in fact, was wearing the company's shirt, and another guy was also wearing a shirt from another factory. The area was cordoned off and everything, and I could see them planting the weapons on them, because they had no weapons. So, they planted the weapons on them to get out of trouble.”

When asked where they got the weapons, Lucía responds: “From the confiscations themselves.” They were mostly dedicated to that: weapons, drugs. When they put in drugs [presented confiscated items to the Public Prosecutor’s Office], they got drugs. When they put in weapons, they got weapons.

GATE was born without regulation. In June 2014, the Organic Law of the State Security Commission of the State of Coahuila was published, establishing the force but without defining its functions and organization. According to 12 police testimonies, the institution functioned by its own rules.

Since 2009, the elite police force has been called the Special Weapons and Tactics Group, then the Coahuila Force, then the Action and Reaction Police, the Coahuila Specialized Police, the Coahuila Civil Police, and now the State Police. What has not changed in the last years — according to the lawyer, former members of the institution, active police officers, victims of disappearance, academic reports, testimonies of the Zetas, official documents and investigation files — is that all illegal activity goes through them.

Lizbeth Martínez sums it up: “They’re in control.”

The authorities, however, have always denied it.

In 2015, several media outlets published a video that showed GATE officers, accompanied by military officers, executing a person in a car. Then-state Secretary of the Interior Víctor Zamora responded by accusing the media of a smear campaign against the police group.

“All the videos of the GATE officials that have been presented are fakes. We have already analyzed them. There’s a campaign by the Zetas and their followers against Coahuila’s tactical groups. I don’t know if they want organized crime to return to the state or for us not to be able to go into the streets like we used to,” Zamora said.

On January 23 of that year, 16-year-old Lorenzo Alexander was found dead with a gunshot wound to the head on the outskirts of Piedras Negras, two days after his disappearance. His father, Lorenzo Menera, filed a direct complaint against the GATE for his son's murder after police officers told him the group was responsible.

Like the Martínez family, Lorenzo Menera also alleges that he suffered harassment for pointing the finger at the GATE. He says they destroyed his ranch.

par-001
Lorenzo Menera holds the photo of his son Alexander who died in January 2015. Six years later Lorenzo maintains that the killers are members of the Special Weapons and Tactics Group (GATE). Photo: Valente Rosas

Menera would become a public surname in Piedras Negras. Lorenzo Sr. ran for mayor, losing to Sonia Villarreal, Coahuila’s current Secretary of Public Security. The other family member to receive publicity was Juan Nelcio Espinoza Menera, Lorenzo Jr.'s cousin.

After his cousin was killed, Juan Nelcio devoted himself to traveling Piedras Negras at night in his own car, adorned with placards reading “press,” to broadcast about police arrests, shootings, assaults, executions. “El Valedor [the Defender],” as he was known, had a Facebook page with over 150 thousand followers.

On August 21, 2020, Juan Nelcio broadcasted for the last time. The video lasted for an hour and 22 minutes. The final scenes he recorded with his camera show members of the Coahuila elite police outside a convenience store. “Units continue to arrive at top speed… If anything should happen at this time, we are going to make it known… God bless you, God keep you. Thank you everyone. Valedor TV, ” Juan Nelcio says.

Hours later, the State of Coahuila’s General Prosecutor issued a statement announcing that Juan Nelcio had been arrested for assaulting security officials and that when he was moved to the Public Prosecutor’s Office he had difficulty breathing and died.

“Knowing how this narco-government acts, I decided to hire a private forensic medical expert. My brother and I wanted to see the body exactly as it was. We could ascertain how he was tortured,” Lorenzo Menera says.

A year later, the human rights organization Article 19 added “El Valedor” to the list of murdered journalists upon confirming torture by state authorities.

trabajo-especial-coahuila-029
Members of the Gates describe also extorting money from ‘coyotes’ who pass persons over the US border to let them work. If they did not, they would detain and torture them. Photograph: Valente Rosas

One day in May 2021, a few meters from the sign welcoming people to the state of Coahuila, there was a checkpoint of black armored vans with the Fuerza Coahuila logo. The police officers’ faces were covered and their uniforms, weapons, and cartridges bore a skull. A few kilometers ahead, there was a military checkpoint.

In Coahuila, according to Ricardo Martínez Loyola, the state search commissioner, there are between 56 and 90 cases of disappearances annually. Most cases were recorded during the years of Los Zetas' dominance, but since 2014 they have remained the same. “Right now, we have noted that many cases in the northern region have to do with the arrests that the security forces carry out,” Loyola says.

If one follows the same road, always parallel to the border with Texas, to the state of Tamaulipas, another emblem of the violence of the past 15 years of war against drug trafficking in Mexico, there are 144 kilometers of straight line in which the authorities’ posts disappear. It is common for vans to come from the desert with people dressed in camouflage to watch the cars that go by. On November 30, 2019, in this same region, in the town of Villa Unión, a commando with at least 60 armed civilians belonging to the Cartel del Noroeste (Northwest Cartel), a splinter group of Los Zetas, clashed with state police. At least 24 people died.

Despite all the allegations accumulated over the past 12 years, especially after Los Zetas stopped controlling the territory, the elite police continue to be one of the most visible forces in this region on the border with the United States, just as seven years ago when Roberto was trafficking drugs and buried a person after murdering them.

At the site of the wall, Osvaldo Martínez drags a rod as he reflects on the seven-year search for his son Billy. "My wife used to walk here, but since she can't stand it, she cries and cries... wherever she goes," he says. "I turn everywhere because I'm afraid, but at the same time I'm not afraid to leave." His slow walk frames his resigned tone when he talks about the police: "They become monsters and then… they’re immovable.”

This plot of land on the outskirts of the city of Piedras Negras has been identified in several investigation dossiers as an illegal burial area. This construction was left in ruins and the walls are the entrance to what would have been a stable. Photo: Valente Rosas

*Translated by Jessica Kirstein

An Addictive Waris a collaborative and cross-border journalism project on the paradoxes left by 50 years of drug policy in Latin America, from the, Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), Dromómanos, Ponte Jornalismo (Brasil), Cerosetenta and Verdad Abierta (Colombia), El Faro (El Salvador), El Universal and Quinto Elemento Lab (México), IDL-Reporteros (Perú), Miami Herald / El Nuevo Herald (Estados Unidos) and Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP).